Desde la soledad de un balcón, mujer busca con la mirada abatida al amado que sin remedio se marcha. Pequeños fantasmas habitan un hotel de fuego. Un invernadero cobija muerte y deseo secretos. Cartas impostoras inventan el amor.
Hubo un jardín es un joyero de magníficas historias. Cortan el aliento. Con exquisita capacidad narrativa, desarrollada sin remilgos, la autora teje relatos a prueba de caída.
Sin duda, la imaginación a todo vapor que caracteriza la obra de Valeria es responsable de que, al terminar de leer cada uno de los relatos, sintamos que realmente estuvimos ahí. Dentro de una cámara frigorífica, en un bar frecuentado por boxeadores anónimos, en sombrías galerías donde los vivos se confunden con los muertos, en un insólito parque que incita a suicidios animales y en otros sitios físicos, temporales o emocionales, cada relato es un espacio en donde lo imposible es posible.
Quizás la magia de estas piezas radica en el hecho de que el realismo y lo sobrenatural conviven sin contradecirse. Lejos de eso, se complementan, se necesitan para que la historia se eleve, se deslice y crezca en los misterios de su tiempo. Lo mismo sucede con las capacidades del corazón, ternura y horror, amor y maldad, deseo y melancolía, y tantos otros elementos se amalgaman para construir un andamiaje tan sólido que seduce la curiosidad del lector, provoca angustia o invita a la compasión.
Los personajes no pueden quedar en el tintero. Un muchacho atormentado, militante de una violencia ansiosa de escapar de su espalda curtida a palizas, la madre soltera que recorre ciudades en el cruento mercado inmobiliario, un anciano enfermo que camina los últimos días de su vida escribiendo historias para embellecer la vida de otros y tantos más, todos los personajes llegan para quedarse.
Valeria camina hábilmente un espectro amplísimo de la condición humana, creando historias que sacuden, asustan, conmueven, incitan.
Hubo un jardín es un espectáculo literario narrado en siete actos. Un imperdible.
“Porque no se puede dejar sin respuesta a una mujer apasionada.”
Amorosas manos colocaron en las mías esta obra tan deseada. Buscada y encontrada en confines madrileños, viajó para convertirse en un inolvidable regalo. La fui leyendo a sorbitos, no quería terminar. Llegó en tiempos convulsos, extraños, ahogados en silencio, agobio y acontecimientos inesperados, asperezas que fueron suavizadas por la lectura.
He admirado el quehacer de Valeria Correa Fiz desde el día que tuve la fortuna de conocerla, leerla y, si esto fuero poco, aprender de ella en un inolvidable taller. Leerla es viajar a aquellos días, un regalo inusual.
