Nada nuevo

Este ritual de distanciamiento me ha enseñado que llevo practicándolo muchos años. La cadencia de mi trabajo es solitaria, apenas la interrumpen un par de reuniones al mes.

A excepción de mi taller de escritura y las clases de flamenco, las semanas llegan y se van sin conexión significante, incluso en la dinámica familiar, tan parecida al desierto. Las comidas son intentos fallidos, mi intención de verdadera charla pierda guerras cotidianas contra los celulares de los demás. Una y otra vez. El mío no ve la mesa. No he llegado a perder contra mi propia esperanza.

Somos tan pocos en casa, es tan grande el silencio. Cada uno desde una galaxia ajena sobrevive a años luz del otro.

La redes digitales quedan excluidas de mi hallazgo. Conforme las pieles y las presencias se alejan, el uso de las comunicaciones a distancia se intensifican. Tal vez para que no olvidemos que después de todo no estamos solos.

O todo lo contrario, acaso para mostrarnos que nos sentimos más solos que nunca.

Caminante yo

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