Qué peligroso resulta ser mujer si vivís solo con hombres y te enfermás un día de feriado.
Primero te tenés que excusar porque no podés atender sus comidas. Prepararlas y servirlas, claro está.
Pero eso no es lo peligroso. Como te dejan sola para que descansés y ellos necesitan el estruendo de la televisión porque si no se les rompe algo dentro para siempre, se van a la habitación más lejana. O se van lejos porque tu irritable ánimo les resulta insoportable, porque no están para ver tu rostro desencajado.
Podés marearte, desmayarte, vomitar, etc. etc. sin pretender que te ayuden. De alguna manera, en solitaria soledad, sobrevivís.
El peligro está en la tristeza que subyace. Pasan las horas y a ninguno de los señores que cohabitan contigo, a los hombres de tu familia, se les ocurre que a lo mejor te vendría bien un vaso de agua o que de vez en cuando tú también comés. Que estás enferma, sí, pero algo hay que poner en el estómago.
Nadie hará nada para resolverlo, solo tú. Y lo resolvés. Si se les ocurre no hacen nada al respecto. En su subconsciente una vocecita dice que no les corresponde, que no lo hagan. Prefiero pensar que no se les ocurre.
El peligro es darte cuenta de que el machismo es integral, porque si te quejás por no sentirte atendida, te dejan hablando sola. Porque no. Porque no es su culpa que estés enferma y no es justo que reclamés, porque no quieren pelear, porque así son las cosas y nada puede cambiar.
Es un peligro fatal, una mano que te arranca la venda de los ojos, una vez más, para que lo veás. Nadie te cuida, nadie te va a cuidar.
La rabia y tristeza se enfrentan y encienden, aun más, el dolor de cabeza.
Y lo peor es reconocer que si así son las cosas, es por culpa tuya.

Así es, Nicté, ¿quién cría a los machistas? Mientras no cambie el concepto, no cambiará nada. Mientras, nos cuidamos nosotras: las amigas, las hermanas, las tribus a las que pertenecemos.
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