Existe en el ritual de la cocina un encanto casi sobrenatural. Habita la cadencia que surge al picar. Baila en la perfección circular que dibuja volutas sobre salsas satinadas, se eleva en los aromas, nuevos o históricos.
Flota en el aire que lleva y trae la premonición de los sabores. Se escucha en el tic-tac de un reloj que ocupa lánguidos minutos con ceremonias culinarias.
Es un rito que salva, que transforma, que interrumpe tedios, que da sentido a los agujeros, que invoca sitios o pasados, es una danza que eleva.