Este nombre que me nombra es maya. Mi papá leyó Guayacán de Virgilio Rodriguez Macal cuando era joven y decidió que si tenía una hija la llamaría Nicté. Al principio a mi mamá no le hizo gracia, pero nací y la poseyó algún espíritu que favorecía la voluntad de mi papá. Sin mucha vuelta, casi sin darse cuenta, mi mamá simplemente le dijo -Aquí está tu Nicté.- Todo bien, ¿verdad? Pues no tanto.
-Señores míos, así no bautizo a la cría- y zanjó el tema. Ante la negativa del caballero de sotana y para que sobre mi cabecita pelona resbalara el agua purificadora, no hubo más remedio que fabricarle un apéndice a mi nombre. Ni modo. Aunque nunca lo he sentido mío, aunque no lo uso, aunque a veces es un estorbo legal, una incoherencia digital y un enredo a la hora de llenar formularios, también llevo otro nombre. Y ¿qué creen? es María.