Pasos extraordinarios

Un chico escribió sobre un personaje con seis dedos, el sexto con poder hipnótico capaz de convertir a los malos en buenos. Una niña contó que encontró una flor azul con corazón de felpa. Otra viajó acompañada de alguien tan generoso que le heredó su secreto. Las chicas se enamoran de príncipes con mantos que adivinan, otras escriben sobre rutas para descubrir sus dones. Alguien escribió que era un cubo repleto de ideas, otro joven describió un pozo en donde cohabitan el fuego y el agua. El más renuente rompió su armadura y narró un encuentro con Cristiano Ronaldo. 
 Escribieron sobre amores y amigos, árboles con raíces invencibles, almas como copas de cristal, rayos mágicos que transportan a la Nasa, ojos de avellana y ojos blancos, pitufos y laberintos y remolinos. Todos se inspiraron en la misma y única obra de arte. «Camino», de Ana Liska. Escribieron y escribieron y escribieron. Se dejaron llevar.

Se supone que llegamos a dar un taller, a enseñarles uno que otro concepto. Pero fueron estos escritores que se educan en Pasos Extraordinarios quienes me enseñaron a mí. Fue una fiesta cuando al fin abrieron la puerta y se desataron en palabras, cuando llegaban a que revisara sus textos, cuando pedían más hojas. Esta maestría en «humanidades» se la debo a Ana Liska. Generosa, me invitó a viajar en su barco. Navega entre mares y montañas de basura que se transforman en el Mediterráneo por gracia de estos adolescentes que dan pasos extraordinarios.

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