Figuras imaginarias

Con la voz vestida de benevolencia, un día de hace mucho, él hizo la proclama, definió el paisaje, ubicó el asunto para que ella aprendiera.
 
–Creciste sin padre, ese es un problema. Y no tuviste hermanos, ese es el otro. En tu casa, sólo de mujeres, faltó «la figura». Por eso no aprendiste, por eso, no sabes cómo va esto del macho y la hembra y la vida.– Así lo dijo entonces él y así le creyó ella. Era casi una niña, una pequeña huérfana de hombres. Ingenua.
Él volvió a la lección de los problemas, años después,  para que ella no olvidara su discapacidad. Escuchó en silencio -durante aquel después- y dudó, dudó cada palabra. La duda nació en la entraña que ya había sangrado de vida y de muerte. En los silencios, en lo que le fue vedado. En llanto de afrentada dignidad.  
Ahora él lo repite. Con ceremonia desesperada vuelve a decirlo, palabra tras palabra. 
–¿Qué dios de fantasía otorga ese matiz de autoridad a su voz?– se pregunta ella, con extraña diversión, mientras él vuelve al discurso que se pierde en los ruidos mundanos.  Sin sentirlo apenas, hace mucho dejó de ser la niña de ingenua orfandad.
 Ahora algo dentro de ella ríe. Sí, ríe y sonríe. No le cree, no. Ni una sola de sus palabras.
No hubo padre, no hubo hermanos. No hay problema ni carencia de figuras imaginarias ni discapacidad. Y ríe de nuevo, y llora también, lágrimas de fuego que la consumen por  que su risa es un secreto guardado. Y como si fuera milagro ella sonríe de nuevo, a pesar del llanto en llamas.
                             

   

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