Autopsia

Podría decir que yo a los libros les practico una exhaustiva autopsia. Por supuesto sin matarlos. Porque los libros, mientras existamos las mentes y los corazones necesitado de colocar palabras hermosas en las cámaras profundas de nuestra consciencia, vivirán por siempre. Si tienen a quien hablarle los libros no mueren.   


Digamos que les abro el cuerpo en vida,  sin dolor ni lamento. Armo y desarmo el argumento. Tomo su corazón en mis manos. Me sumerjo en su fuente, en su fondo, nado en las curvas de sus formas.  Me ubico en su contexto histórico, lo saco de sus párrafos, me invento dentro de una imagen que tiene su ambiente y la época que evoca. Pinto ese nuevo escenario con los mismos colores que el autor lo hace. Invento también mis propios tonos. Trazo las líneas de su  muy particular tiempo dentro de las líneas de mi muy monótono día. Y gracias al milagro de  la literatura deja de serlo.   

El autor ha tendido un puente que ilusamente creo es solo para mí, y lo cruzo con expectación. Tomo la historia, la leo con delicadeza a veces, con avidez otras, con interés siempre. Me transforma y la transformo. Mi imaginación se encarga. Además de danzar con el  contexto y el escenario, me ocupo de los personajes. Los analizo, converso con ellos, les leo el alma -privilegio que se logra en los libros mas no en la películas. Escucho sus voces.  Percibo sus perfumes y humores. Me enamoro de sus actitudes, me intriga su proceder, y en el caso de los villanos, cuando los encuentro, también experimento asombro y anticipación. Un buen villano hace siempre que exista una buena historia. 

 Ubico el nudo de la trama en un universo temporal y espacial, invento los olores de las calles por donde transitan los capítulos del relato, me visto como las mujeres que tejen la trama con sus palabras y acciones. Me transporto a ese otro mundo. Leer así me reinventa la vida. Cada lectura me construye un poco, y porque no decirlo, algunas me destruyen otro tanto. 

Pero la buena literatura oculta dentro de si el fenómeno del Ave Fénix, ardemos en el fuego de sus pasiones y encantos y osadías. Luego nos convierte en cenizas, y de ellas resurgimos como un ser nuevo. Hasta que cae en nuestras manos una nuevo milagro de pasta y páginas, un sólido cuerpo que abrazamos, devoramos con los ojos y la imaginación, y nos procura cierto tipo de explosiva felicidad que pocos comprenden. 

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