De color indefinido estaba esta tarde el cielo. Sentada en una silla rodeada por largas tumbergias, observé cómo cambiaba el escenario donde reposa el volcán de Agua. Lo veía en absoluto silencio. Una tormenta eléctrica asomaba intermitente detrás del bosque que vigila nuestro jardín desde la montaña de enfrente, sin embargo no alcanzaba a escuchar los truenos. El silencio que me envolvía era rotundo. Cambiaba la luz del espacio que contenía mi silla vieja, como película sin volumen. Fue fantástico.
He aprendido a comprender la magia del silencio. Cierro los ojos y procuro sentir lo que está oculto en el aire, me envuelve un velo que detiene durante instantes el tiempo y su historia. Se supone que debemos apreciar la paz que flota en la ausencia de escándalo y sonido. Antes le temía, silencio era lo mismo que soledad. Y la soledad solía aterrarme. Cuando acaso ando rota, aun me perturban sus grietas. Pero como a todo se adapta el alma, la mía encontró gracia en el silencio y descanso en los momentos solitarios. Se me abre algo dentro, es una revelación. En ella nacen milagros intrascendentes: un dibujo, una historia o, como en esta tarde moribunda, un verso. Un homenaje al silencio, hilvanado con palabras interiores.
Eres quien me guía
por el túnel gris
de la incertidumbre,
poderoso señor silencio.
Tu canción de viento me
regala reposo, abre mi
entendimiento y le conduce
a la respuesta oculta.
Te acurrucas a mi lado
dulce y sagaz silencio,
tu paz me acaricia
el futuro y su incierto.
Diriges la dinámica
que transforma mis
solitarios recovecos,
y mi miedo sucumbe
a tu verdad de siempre.
Te busco y te invoco
en la noche que apenas
nace, en una cuna de
relámpagos mudos.
Te encuentro, te abrazo,
en tu sabiduría eterna
me pierdo y descanso.
Escucho tu consuelo
sin palabras ni reclamo,
Eres hermoso, eres azul,
tan sereno, silencio mío.
tan sereno, silencio mío.