En una hamaca

Mi memoria suele desbordarse. Se me salen los ríos de lo vivido por ojos y labios, brotan por las puntas de los dedos. Traigo a buen resguardo millones de instantes, de imágenes, de nombres, de conversaciones, de canciones, de libros -¡Cómo olvidarlos!- Y claro, cuido hasta adentro otros asuntos que tienen que ver con lo mucho que he sentido.

Poseo baúles mentales en donde apilo estremecimientos, carcajadas y lágrimas que no se fueron del todo. Entre más antiguos, mejor guardados y pulidos y custodiados son mis recuerdos. Pero hoy he rodajado cada milímetro de mi materia gris, he viajado a mi pasado de mamá joven. He vuelto a rememorar aquella escena sin encontrar la pieza precisa que tanto busco y necesito. Un pedacito que se oculta en alguna nebulosa. 

Era un cuento inventado. Una historia que improvisé para Javier cuando él tenía cuatro años. No olvido sus ojazos abriéndose aún más, sus pestañas que subían y bajaban, sus preguntas de curiosidad infinita. Su vocecita después del colorín colorado… «¿y si me lo contás otra vez mami?» 

No olvido el brinco que me sacudió de alegría pura al ver cómo mi pequeño cuento había asombrado a mi hijo, pequeño también. ¿Hablaba de hechiceros? ¿duendes? ¿brujas? ¿de niños con alas o cascadas de colores? Se lo conté en el puerto. Era de noche, nos acompañábamos en una hamaca. Inventarle cuentos era mi estrategia, a veces desesperada, para llamarlo al sosiego. Y recuerdo su mirada de fascinación, y sus manitas que acompañaban a la avalancha de preguntas. Guardo su inolvidable olor a talco con vestigios de cloro, ¡pero no encuentro el cuento por ningún lado! 

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s