«Pero ya no llorés» me dijeron. Lo intenté, de verdad que sí. No es lo mío alinear a los lagrimales, una fuerza superior abre y cierra esa llave. Tampoco soy diestra para poner orden en el desorden de mis sentires. Soy sentimental, emotiva, bastante endeble.
Lo lamento, pero el estoicismo no forma parte de mi ADN. La madre naturaleza no tuvo a bien dotarme con tan útil herramienta, fabricarla no es posible. Hay misterios humanos que son desde el principio, o no son. Y aunque amarre un nudo en mi rostro, aunque sostenga la respiración, nada logro. Se me salen las lágrimas como si fueran niñas pequeñas que marchan en fila india. Por dos puertas salen una tras otra, buscan luz o quieren aire. Huyen de alguna oscuridad si traen penas, o corren para hacer fiesta si son de gozo. Cada extremo del espectro presente en mis ojos. Incapaz de detenerlas, termino drenada, deshidratada, hecha una sopa.
Y eso solo es lo que sale, la punta de mi iceberg, lo que se ve por causa de la indiscreción de las pequeñas embajadoras del llanto. De lo que adentro sacude, brinca, se mueve, da vueltas y me marea, de eso tan grande, ni cuento. No terminaría nunca.
Lo cierto es que cuando el desfile termina, cuando ha evacuado lo que sea que necesitaba salir, toda yo quedo más ligera, serena. Algo apacible se ubica en mi centro.
«Pero ya no llorés» dicen «Pero no puedo evitarlo» respondo…