En una fuente azul

Acordamos reunirnos en una fuente azul, Lucía y yo. Una fuente que adorna como si fuera colochito la intersección de la Gran Vía de les Corts Catalanes y el Passeig de Gracia. Barcelona es ahora su casa. ¿Cómo describir la emoción anticipada ante la certeza de que volvería a verla después de tantos años?

Lucía fue parte de nuestra familia durante muchos años. La sexta mujer en un apartamento habitado por una madre y sus cuatro niñas. y a veces, el fantasma de mi papá, cuando lo invocábamos con lágrimas o recuerdos. Llegó cuando empezábamos a  aceptar que la casa sería de mujeres sin remedio porque los hombres muertos no regresan. Ella, gran mujer enfrascada en un cuerpo menudo, se instaló al centro del que hacer doméstico. Mi mamá salía a trabajar todo el día. Mientras tanto, Lucía preparaba loncheras antes de salir a la parada del bus con «sus niñas», revisaba deberes al final de la tarde y se tomaba muy en serio que cenáramos bien, y a tiempo.

Demasiada mujer para este país. De una aldea en Malacatán San Marcos llegó a la capital a los diecinueve años. Para trabajar y para estudiar. Ambos afanes con la misma importancia. En nuestra casa aprendió a leer, y la vimos salir de tercero básico. Aprendió que el mundo es mucho más que una aldea, y decidió que buscaría un futuro en un lugar del otro lado del mar.

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