Los regalos que más aprecio de la gente son gestos. También son lo único que realmente necesito y los agradezco con cada poro y a cada instante. Resultan ser simplezas grandes.
Una conversación pausada y armoniosa. Una ocurrencia que nos arranque carcajadas y nos recuerde que a veces cae bien mandar a la seriedad a dar un paseo. Una sonrisa sin condiciones en aquel momento peludo. O un intercambio de risas por el simple milagro de tenernos.
Un abrazo tierno pero también sólido, largo y salvador. Un beso cálido y sincero. Un silencio inteligente cuando las palabras sobran. Una expresión compasiva cuando las palabras faltan. Dos brazos fuertes que me levanten cuando caigo derrotada.
La fortuna de su compañía. La certeza de que creen en mí. La convicción de que nos necesitamos.