Traen algo adentro que los hace capaces de amar a corazón abierto, sin juicios, sin complicaciones. Les dicen “Especiales” y sí que lo son. Pero no por ese cromosoma que llegó de más en su ADN, sino por la manera en que quieren y abrazan. Mañana es su día. Celebremos en todo el mundo sus vidas y logros.
Cuando Javier era niño asistía a clases de pintura, el arte es lo suyo, fue en la academia Casa Azul. Había entre los alumnos uno de esos chicos bellos con Síndrome de Down. Se llamaban igual. Y este niño, un poco mayor, se convirtió en el ángel de la guarda de mi hijo. Con esa forma tan cálida que tienen para comunicarse, siempre que recogía a mi Javier, José Javier –así se llama este amiguito artista- salía a darme toda la crónica de lo que habían hecho en clase, lo que habían refaccionado, donde se sentaron y cuanto les faltaba para terminar. Me fascinaba como trataba a mi niño. Su actitud era una belleza, y me acostumbré a su ritual informativo.
Con el tiempo Javier dejó de ser niño y también de pintar. Años después, en un curso de vacaciones en el que estuvo mi hijo pequeño, lo encontré de nuevo a José Javier. Fue en la misma academia. Con naturalidad y ese entusiasmo que las personas transparentes como ellos sienten, me preguntó por el “otro Javier”, el mío. Increíble: no lo había olvidado.
Actualmente ambos Javieres son adultos. A José Javier lo he visto en las obras de la Fundación Margarita Tejada, aún tiene esa forma de abrazar al mundo con su actitud. Ellos no pierden eso mágico que tienen los niños y que los hace maestros de las cosas simples. Merecen ser celebrados por todo lo alto.