Febrero es el enano de sus hermanos, mide escasos veintiocho días. Sentimos que no alcanza para lograr lo que ese ritmo autoimpuesto y agotador exige. Pero a veces trae sorpresas inesperadas, buenas con un poco de suerte, espectaculares si las buscamos.
Este febrero fue una montaña rusa. El día del cariño llegó con mi hijo mayor lejos. Usé el día para sentir su distancia y recordar las tardes en que mis hijos eran niños y celebrábamos el día con tarjetas y chocolates, Lo usé también para llorar –aquellos llantos ricos tan necesarios a veces- y escuchar la música que acompasa las lágrimas.
Hubo más música. Porque poniendo balance a tanto sentimentalismo, celebramos con Alex una buena cena del cariño y un rato de salsa bailada, como cuando éramos jóvenes. Eso es un lujo milagroso que atesoro y celebro. Festejamos también su cumpleaños en familia, cocinando –pocos placeres como la buena cocina para los nuestros- y agradeciendo sus años.
Reencontré a un amigo de la juventud. Una persona de tal valía que es todo lo que prometía, o más, cuando era estudiante de medicina. Un hombre de excelencia, familia y profesión. Ubicado en la dimensión de aquello que realmente vale la pena para dejar huella en el paso fugaz que damos por la vida. Fue un gusto grande verlo después de más de veinte años, hizo su presente y su futuro fuera del país. Era lógico que su camino en la medicina lo llevara a un horizonte mayor. Fue grato ver que está físicamente igual al joven que vi por última vez a principios de los noventa; y fascinante ver que se convirtió en uno de esos caballeros de conversación interesante, amena y de fina ocurrencia. Me regaló una tertulia luminosa en la que no cupieron las dos décadas que nos hubiera gustado contar.
Y para cerrar con broche de oro, antes de irse febrero me dejó en sus días últimos un regalo. Una experiencia diferente y fenomenal. DISCOVERY: tres días de crecimiento, de búsqueda y encuentros, de nuevos amigos y abrazos de verdad. El mejor programa de auto descubrimiento que he conocido. Una vivencia tan poderosa y luminosa que me ha marcado para siempre. Como diría mi hermana Anayansi: “¿Qué más es posible?”