Me encontré a un buen amigo de la época adolescente y universitaria, aquella en la que forjas amistades a pura convivencia de juventud, esa tan necesaria y definitiva.
Me preguntó que por qué escribo tanta vaina. Con la franqueza de aquellos años en que nos decíamos todo tal cual se siente, comentó que mis postsson muy largos, “pura pendejada” dijo riéndose. Yo no pude más que soltar una carcajada.
Tiene razón este amigo querido, compañero de parranda y música de antaño. A veces contienen demasiada letra. A muchos, como a él, les produce flojera leer textos largos. Los relatos de muchas palabras no son lo suyo.
Es cierto. Mis relatos son tan extensos como los recuerdos que los inspiran, tan profundos como las emociones que provocan y a veces son gigantes, como las personas que celebro a ritmo de palabra.
«Lee solo un párrafo» le dije «es suficiente.» Nos despedimos con un abrazo. Pero me quedé pensando en su pregunta.
¿Por qué lo hago? La interrogante dio mil piruetas en mi mente. Nunca había cuestionado la razón que me arrastra a hacerlo. Toda la vida he escrito. Hasta hace poco tuve la osadía de compartir. Escribir es un acto de creación permanente. A veces resulta ser un ejercicio imprescindible. Como cuando necesitas tomarte un buen café. Al beberlo, se siente un prodigioso placer. O una ráfaga de vitalidad para levantar al ánimo abatido. Escribir es parecido a la taza de café y sus sensaciones. Un vicio casi tan inevitable como lo es el de la lectura. Casi.
Quien escribe sobre el pasado que se fue, arrastra al hoy fragmentos de pura emoción. Esa que los sucesos muertos produjeron, y se siente delicioso. Me gustan las delicias. Por eso las escribo.
Escribir sobre las personas que consideramos nuestras, es besar, acariciar y abrazar. Me gustan los besos y los abrazos. Sin cariño no vivo. Por eso lo escribo.
Darle vueltas, descomponer en pedacitos –y volver a armar- a los sentires y a las aspiraciones, es construir y pulir. O a veces, es un acto de maravillosa rebeldía. Me gusta digerir ideas, hacerlas mías, revelarme ante los sinsentidos, o encontrarle algún sentido a tanto misterio. Por eso los escribo.
¿Por qué pinta la gente del arte? ¿Por qué componen y cantan las gentes de la música? ¿Para qué teje la tejedora? Porque si no lo hacen, sienten que se ahogan en el abismo de la soledad, o que están vacías.
Y a mí no me gusta sentir que no llevo nada dentro. ¿Para qué escribo? Para sentir que vivo, para no morir, para no estar sola. Simple. Aunque sean puras pendejadas.