Volamos de regreso a nuestros días.
Tú, a tus juegos en pantalla y a la cuenta regresiva hacia tu primer día de tercer curso. El primero de muchos, inolvidables días de colegio, amigos y adolescencia.
Yo, regreso a mis quehaceres de casa. Vuelvo a mi escritorio, a un nuevo año de cálculos y planes, a mi faena de finanzas salpicada de poesía.
Pero no quiero pensar en el regreso, en el mañana, o en el trabajo.
Este es un momento de gloria. Y quiero tragarlo con todo su sabor a miel.
Voy aspirar tu aroma de hijo durmiendo en mi hombro.
Concentrada, empiezo a vivir y grabar la experiencia.
Siento las cosquillas que dibujan las brochas de tu pelo en mi rostro.
Escucho tu respiración de niño que empieza a dejar de serlo.
Observo tu paz cuando inhalas y tu energía cuando exhalas.
Aprovecho la cercanía que me otorga tu siesta de vuelo, para acariciar el melocotón de tu cara. Dibujo muy despacio tu nariz, siento que es más grande que hace unos días.
Todo en ti crece, al compás de tu paso por la vida. Tu espíritu y tu voluntad evolucionan como espuma. Se perfilan grandes, iluminan tu camino y mis pocas certezas.
Tu cuerpo se transmuta de niño, a joven, a hombre. Pero tu cabeza todavía descansa con comodidad sobre mi hombro ¡Me siento afortunada!
Me pregunto ¿A dónde te llevan tus sueños?
Y veo tus manos. Las de hoy, grandes. También veo las pequeñas, de hace quince años. Son blancas, perfectas. Las beso. Entrelazo mis dedos con los tuyos. Tu denso sueño me lo permite. Cierro los ojos con tu mano en mis labios y sonrío.
Me acerco más, con cuidado, para no disipar la profundidad de tu descanso.
Aspiro de nuevo tu olor a hijo que crece. Me invade la felicidad de ser tu madre. Ese gozo bendito que rescata, día tras día, a mi voluntad. Vuelvo a besarte. Esta vez, beso tu cabeza de brochitas que algún día fueron rubias, amarillo girasol.
Agradezco y vuelvo agradecer. Por tener tus manos, palpar tu piel. Por sostener tu cabeza en mi hombro y sentir tu presencia, tu ser.
Agradezco al vuelo de horas de norte a sur, a tu cansancio de mucho hacer.
Por regalarme tu siesta -¡bendita siesta! – de tiempo en avión,
tu cercanía y también tu respiración.