Piedad Bonnett, Alfaguara
Reseñas de recientes lecturas han quedado pendientes, unas en calidad de borrador completo, otras en un incipiente manojo de notas. El año pasado fue un ciclón. Cargas de todo tipo y escasez canina de tiempo interrumpieron el ritmo de la escritura. Son pues, tarea pendiente para ejecutar en el corto plazo.
Esta en particular ha sido difícil de cerrar. No lo ha sido porque el libro carezca de sustancia para lograr una reseña cercana y sólida, todo lo contrario. La cercanía resulta inmensa. Y es esta característica precisamente lo que provoca la complejidad. La historia es de una cercanía apabullante. Una representación universal de la vida de muchas mujeres latinoamericanas en matrimonios de largo aliento cuando la etapa de crianza es asunto del pasado, cuando los miembros de la pareja quedan solos, juntos pero irremediablemente distantes, en el centro de un desconcierto que la tradición no autoriza reconocer.
Piedad Bonnett tiene habilidad peculiar para construir el ambiente y el argumento con tal realismo que se manifiesta en la piel de muchas, despierta sucesos en memorias lectoras y agita cada emoción gastada en la tarea de sobrevivir dentro de una relación.
Emilia, la protagonista, es una mujer de 64 años, periodista de investigación en una revista, dueña de un nido que empezó a vaciarse de manera prematura, dolorosa, cuando su familia era aún un proyecto en construcción. Una mujer que a pesar del sentido de identidad autónoma que le otorga su profesión, ha llevado una vida constreñida por las redes del implacable patriarcado latino. Su relación con los hombres empieza con cadenciosa desventaja con su padre. La novela lo perfila concretamente. Muestra hechos, consecuencias y heridas de una dinámica que, aunque sutil, resulta agotadora. Una forma de vida en la que ceder es el único camino.
“A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone.”
La novela inicia con esta frase, su calidad de metáfora constituye un símbolo de innegable universalidad. Su marido ha decidido remodelar la cocina de la casa que comparten sin tomar en cuenta su opinión. Sin preguntar. Sin avisarle. Una decisión unilateral como tantas otras. El proyecto doméstico que recibe al lector en la primera página, constituye el detonante para recorrer una vida en común plagada de grietas y desencanto. Es, además, el hecho esencial que desata para la protagonista una reflexión marcada por angustia y amargura.
“Y ahora incomódate, eran las palabras que se podían leer en el estandarte que el marido acababa de clavar en la arena del ruedo. Y Emilia agachó el lomo.”
Alternando con el conflicto perenne que protagoniza con su marido, el lector visita la historia de la Emilia niña, de la joven, de la rigidez que regía a un núcleo familiar que al mismo tiempo suponía un entorno ambiguamente seguro, y del ocaso de un padre ahora anciano y siempre hermético, un hombre víctima de sus propias carencias.
Emilia nunca fue lo que su madre esperaba. Abandonó el hogar a los 22 años. Fue el principio de una nueva e inquietante experiencia.
“Todavía recuerda el día que le pagaron su primer sueldo…paró en una librería y trató de escoger tres o cuatro que no le costaran mucho, luchando contra su avidez, su inseguridad, su miedo. Porque cuando se es pobre da miedo comprar libros.”
Con narración precisa, Bonnett permite que el lector conozca la vulnerabilidad de los personajes por los cuatro costados. Describe arcos completos. En el caso de Emilia lo muestra desde que siendo niña su padre le cruzó el rostro con una rabiosa bofetada hasta el nudo de sentimientos que lleva en el pecho ante la inminente y cercana muerte del mismo implacable, herido padre.
“¿Qué diría un psiquiatra del caos que ella ha ido sembrando en su territorio? ¿Que es una metáfora de su propio caos? ¿Depresión?…¿Un síndrome de evasión?…¿Una agresión velada contra sí misma o contra los otros?”
Los pedazos de Emilia son variados y copiosos. Una hija alejada, una pequeña nieta a quien conoce muy poco por la distancia que las separa y por la incompleta relación que sostiene con su hija. Un padre a punto de morir incapaz de rendirse a su propia sensibilidad.
Existen esos fragmentos que no sabe acomodar por causa de las pérdidas insuperables, por la soledad con la que padece su dolor, por los silencios. Los precios que se ha visto obligada a pagar, existen por causa de las heridas que signan sus relaciones. Una hermana en apariencia cuidadora incondicional, un hermano ubicado en una incomprensible superioridad, a quien le importa poco o nada lo que atormenta a su familia, la hija indiferente, el padre en el filo de la muerte y, por supuesto, el marido.
Su matrimonio es un alegoría del patriarcado. El marido, un hombre inmerso en su propio extraño conflicto, incapaz de prodigar amor o ternura o cuidados. Alguien con quien es difícil entablar conversación ya sea ligera o profunda o cálida. Un tipo que a su vez se ahoga en inseguridades variopintas por su obsesión de competir con un hermano en apariencia exitoso. En esta relación Emilia no se siente valorada, todo lo contrario. Manifiesta la constante certidumbre de saberse menospreciada. Una emoción que la ha socavado.
“Pero ella hace rato que abolió la queja. Porque esta pide un oído, palabras, compasión. Y en cambio puede encontrar solo silencio, un gesto fastidiado, una acusación. Cuando es insoportable o constante el dolor nos aísla.”
A lo largo del relato el lector encuentra el pensamiento que ha atormentado a Emilia de manera intermitente durante una larga vida en común cargada de diferencias. Reconoce que no rompió porque la inercia le había ganado, por la falta de fe en la felicidad y por la certeza de que tenía en su interior un componente de cobardía que la conservaba paralizada en el mismo sitio. No se pregunta si todo el dolor, la ausencia de intimidad, el cinismo y la costumbre de ceder valieron la pena. No plantea la pregunta porque, en el fondo, la respuesta la aterra.
Y aunque con el paso del tiempo Emilia logró despojarse de los sentimientos de culpa resultantes de no encajar en la tradición de la sumisión, no supo desterrar el desasosiego, la inestabilidad y un descontento profuso que la empujaba sin remedio a una aguda tristeza.
“Por qué se atrevió a tanto su marido, se pregunta todavía, sintiendo que su pecho hierve cada vez que recuerda, y sólo se le ocurre una explicación: para herirla, para probarles a todos, pero sobre todo a ella, su poder. El poder de no respetar los límites.”
Qué hacer con estos pedazos es una historia ambientada en Colombia, una narración que sin duda se repite de una u otra manera a lo ancho y largo de cada nación de Hispanoamérica. Nos gobierna la misma tradición, el mismo lugar en la jerarquía de la pareja, las mismas carencias y las consecuentes heridas. Las dinámicas contranaturales estupendamente expuestas por Bonnett son tan crudas como reales, flagelos que rompen en las relaciones la posibilidad de supervivencia.
La novela empuja al lector a una inminente reflexión. Cuando los hijos se han ido y los años han devorado buena parte de la vida y la relación se ha lacerado a pulso de decepciones y desencuentros y sutiles actos de desprecio, cuando bajo el mismo techo quedan dos seres fracturados, cansados, marcados por insondables diferencias y expectativas distintas, pedazos de lo que fue o de lo que debió ser ocupan como cadáveres una cotidianidad ensombrecida.
¿Qué hacer con ellos?
