Lo nuestro era asunto de puras mujeres. Cuatro hermanas y la madre y el fantasma de un padre que murió absurdamente pronto, casi antes de que todo empezara.
Las rutinas, los planes, los sueños, las palabras y las certezas fueron siempre cuestión femenina. El día de la mujer sucedía a diario, acontecimiento cotidiano que dábamos por hecho.
Creer en nosotras era natural, espontáneo. La jerarquía era una escalera con olor a perfume, la madre en el escaño supremo. No necesitábamos más validación que la del instinto o la de nuestra tribu.
Quizás no queríamos conocer la vorágine que agitaba al mundo afuera de nuestro lugar pequeño. Sin embargo, el movimiento de los años no sabe detenerse.
De aquel tiempo trajimos amuletos, recuerdos con fuerza volcánica, intuición.
Con intensidad a veces o titubeo otras, permanecen en nosotras, como si la vida desde siempre supiera lo que llegaría al salir de aquel lugar del pasado.
Me he encantado tu texto y estoy totalmente de acuerdo. Magnífico. Feliz finde.
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