Le llamas «Tan poquita cosa». Tu interlocutora asiente. Atrás, en la fila que tantos compartimos, muerdo lentamente mi lengua, siento el fueguito conocido en las orejas y me limito a observar. Veo a la chica, a Poquita Cosa, reparo en sus ojos perfectamente delineados, en su gorrita cubriendo el cabello negro, brillante, recogido en un moño impecable, en sus manos, en su estampa de trabajo tan pulcra.
Sonríe. Sí, te regala una sonrisa, clara como cascada, mientras te entrega un vuelto.
Y no sé si es por lo que dices o por cómo lo dices o por la displicencia con la que recibes el vuelto, pero he de decirte que vemos imágenes absolutamente distintas. La mía muestra a una joven que crece segundo a segundo, que es mucho y es tanto, casi gigante.
No, para nada. Definitivamente no es una cosa.
Sabrá nadie cuál universo habitas, cómo lo asimilas para verlo así, desde una torre que existe únicamente en tu personal fantasía.
Mientras tanto, el fuego de mis orejas ha desatado un incendio adentro de mi cabeza que repite y repite: Definitivamente no es poco ni es cosa. Nadie lo es.
Las llamas devoran mi entendimiento.
👍
Me gustaMe gusta
«Poquita cosa» es todavía considerado para lo que ven algunos desde lo alto de sus torres imaginarias. Genial texto. Saludos 🙂
Me gustaMe gusta