Descubro que hay algo muy frágil en mi interior, como colocado a medio camino, desordenando mi edad y mi historia, cuando el trailer de una película basada en un libro que leí varias veces en los tiempos en los que se confunden niñez y pubertad, me coloca en un estado de vulnerabilidad, casi de llanto, difícil de sosegar. Vergonzoso…
Tres veces. Lo leí por lo menos tres veces. Y quería ser como Jo pero también tenía algo de Meg. Porque quería escribir libros y tener hijos y enamorarme como loca loquísima porque el amor es ese asunto hermoso que quema y corta y duele pero también llena de gozo y cosquillas. Me gustaba la época, la forma en la que Jo hablaba de las palabras y de los libros. Su rebelión contra un rol que se esperaba cumpliera sin opción a algo distinto. Me fascinaba la serenidad casi sobrenatural de la mamá, me gustaba hasta la insoportable tía March. No sé cómo adaptaron esta versión, pero en el libro, Jo, que era la segunda, la que escribía teatro y novelas termina por emparejarse con el profesor. De guapo nada, pero era sensible, y brillante, como suelen ser los hombres sensibles. Le llevaba sus años. Juntos, ponen un colegio, y eran millonariamente pobres.
Pero antes estuvo Laurie en el centro de su corazón. Fue quien prendió una extraña hoguera que se confundía entre amistad y amor. Era amor. Imposible amor, porque él jamás comprendería los afanes de Jo y ella era lo suficientemente inteligente para saberlo.
Y Beth. Bueno, en el clan de mujeres que formamos, tenemos a nuestra Beth. Es también la tercera de las hermanas. De eso ni escribo mucho, una coincidencia extraña.
Estoy esperando su estreno. Con fragilidad en mi corazón. Yo sé… qué vergüenza.
¡Y qué ilusión!