Los temas que por importantes levantan polvaredas de controversia, provocan actitudes curiosas, es tan interesante.
Si escribís acerca de ellos, corrés un telón inmenso y pesado. Detrás de su silencio conveniente, de su carácter invisible, descubrís intenciones tibias, ojos estupefactos, cabezas que aprueban o raíces kilométricas de la más prejuiciosa tradición. Totalmente válido, cada individuo es un mundo.
Usar tu voz de tinta para desmadejar causas, señalar miedos y cuestionar el estatus quo, es como ir al supermercado en la peor de tus pijamas.En pantuflas rotas y el pelo en franco desencuentro. Te bañan las miradas, luminosas o tenebrosas o sorprendidas. De veneno, incluso. Dedos indignados te señalan.
Algunos se burlan, muchos te abrazan.
Y como salí al mundo de los diarios en pijama, he recibido humos de muchos colores. Me han lanzado desde piñas hasta besos. Efusivos.
He visto dedos puntiagudos y me han abrazado con afecto genuino.
Me encantan quienes no levantan nada, ni dedos ni besos ni espinas. No ven mi pijama, o no les importa. O les importa y generan una conversación inteligente, aunque no siempre estén de acuerdo.
Son los que comprenden de qué va la necesidad de expresión, y la inalienable libertad de hacerlo.
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