Voy por la vida contando historias. Las escribo. Anécdotas mías o de los míos y de quienes me confían las suyas para colocarlas con cierta gracia en las repisas de un texto.
Otras narraciones son ficciones que me nacen en los remolinos de la imaginación, cuentos que cada semana se derraman sobre una mesa rodeada de cómplices en este regusto por la palabra. Juntos llenamos tres horas de tentativas literarias.
Construimos pequeños conatos, frase sobre frase, por la devoción que profesamos al arte de narrar. Y somos felices por el simple hecho de continuar en el intento sin grandes ambiciones. Estamos enamorados del oficio de escribir.
Durante una conversación en un ambiente de literatura, alguien preguntó cuál es mi profesión. Le conté que me dedico a las finanzas. Fue una respuesta transparente y precisa.
—Nada que ver con estos sitios donde siempre te encuentro— respondió mi interlocutor a esta mujer que abrazaba una torre tambaleante de libros a punto de derrumbarse.
Después de poner orden en la Eiffel de lecturas, y de sonreír, le revelé la peculiar forma en la que aprendí a ver mis mundos, a conciliarlos.
La jerga numérica-contable que leo y escribo en horas hábiles, también cuenta historias. Son cíclicas, a veces disonantes, pero poseen argumento, personajes, nudo y cadencia propia. Ni hablar de desenlaces, en este código de transacciones, los finales tienen diversas y dispersas posibilidades.
Durante las treguas que me permite el ejercicio profesional, pienso en historias para luego escribirlas. En el proceso, encuentro el misterio de la creatividad en una red de pelotas de colores, en una tienda de barrio, en un concierto de granizo tamborileando sobre tragaluces y hasta en una caja de cereal vencido. Esa facilidad de hallazgos múltiples mantiene mi otra mirada en funciones.
Sí, me gano la vida sumando, restando, cuadrando y cuidando. En el quehacer de flujos, balances y proyecciones, descubro relatos con significado. Y aunque suene a disparate, encuentro cadencia casi musical en gráficas que narran acontecimientos sobre una línea del tiempo que envejece sin remedio, y veo poesía aritmética en las imágenes de cifras bailarinas que suben y bajan para mostrarme el mensaje clave de su historia.
Mis mundos no son del todo ajenos, habitarlos en simultáneo abre de par en par ventanas nuevas en la casita de mi imaginación. Cada día entran más y más ases de luz que transportan ideas de todo tipo. Soluciones para el mundo práctico, inspiración para el quehacer artístico.
Dos fuentes de creatividad distintas irrigan mis surcos, a veces más. Un regalo que sucede hoy sí y mañana también, son bellezas que nunca se repiten.