A veces se atraviesan las edades que tengo. Tropiezan y juegan entre sí. Se hacen presentes de junto todas las mujeres que he sido. No reconocen la línea de mi tiempo. Y no es para menos que se revuelvan, ya cargo cuarenta y cinco entre idea y recuerdo.
Amanezco de pronto siendo tantas de ellas. La niña de seis que aseguró poder volar aunque fuera por un momento, y que en el intento estrelló la cara contra un tubo. Pero no dejó de creerse la Mujer Par. Vive a veces como si ayer hubiera visto la caricatura que muchos olvidaron. De seis, con los dos padres vivos, la boca reventada y una cabeza llena de fantasías.
Llega con ella la de trece. Media niña, media adolescente. Asombrada, procura entender por qué le cambia el cuerpo. Se despide sin convicción de Enrique y Ana porque es lo que procede, y elevada sobre un par de patines en Super Skateland, descubre que después de todo, no será aburrido este nuevo tiempo. Hay abundancia de chicos. Decide que tal vez será una aventura verlos con los nuevos ojos, un grato experimento conocerlos. Y nace la romántica enamorada. Idealista en asuntos de amores y justicias.
Ni el tumultuoso paso de los años consigue matar a estas niñas y su estado mental. Para bien o para mal.
La de quince busca quién le dedique la canción “Lady”. Sin prisa, porque todavía queda espacio para crecer, buscar y según ella, convertirse en la lady a quien le cantarían.
Entra entonces la de treinta, con aires de experiencia. Explica que ese sueño es una quimera. Porque el alambrado que rige la cabeza de los caballeros no le canta a su amada. No es el fin del mundo -le dice- nada de malo hay en esa forma distinta de cerebro. Que saben querer bien, pero lo hacen de otra manera. No cantan o dedican así, abiertamente, pero sienten. Y si observamos se les nota cuánto y cómo.
Se entristece la quinceañera. Recurre, como quien busca consuelo, a la de dieciocho que anda con las rimas de Becquer en la mente y la boca. Sin saber que según las expertas la de dieciocho está más perdida en fantasías.
Llega la de cuarenta, sabionda ella cree haber descifrado el enigma. Sonríe para apaciguar ánimos y congojas. Tan autosuficiente se siente.
Como andan mis edades revueltas, la de cuarenta y cinco llama al orden, y le pide a la de seis que no deje de volar, a la de quince le asegura que aunque no lo conoció, si existen los que cantan y dedican. Qué ciertas mujeres conocen ese milagro, ella conocerá otros.
A la de dieciocho le pide que jamás abandone a Becquer, ni a Sabines ni a Benedetti. Y a la de cuarenta la riñe por desmemoriada. El enigma de la vida no se resuelve, cambia como la luna. ¿Acaso lo ha olvidado?
Así andan hoy, juntas y revueltas, las edades en mi haber. Se acompañan, se necesitan. La de dieciocho desea las certezas de la de cuarenta, la de treinta la energía que habitaba el cuerpo de la de quince, la de cuarenta la inmensa felicidad que tenía la de dieciocho, también su valentía. Y todas las anteriores, envidian las plácidas resignaciones en las que reposa la de cuarenta y cinco.
Se completan todos mis yos, aunque me enloquezcan. Ni imaginar la burrundanga que armaran las que aún no llegan…
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