Hace meses escribí una nota sobre un lustrador de zapatos que frecuenta el complejo de bodegas en donde trabajo. En aquella ocasión –como les conté- se me hizo poporopo el corazón al ver la escasa demanda que este artesano del calzado limpio encontró. Se fue silbando como quien agradece otras cosas vitales, ante la imposibilidad de poder agradecer el encuentro con algún cliente. Aquel día nadie quiso lucir un esmerado y profesional lustre.
Pero don Juan es perseverante. Por supuesto volvimos a coincidir y a ritmo de pláticas fugaces, podría decirse que ya somos amigos. A él le divierte mi curiosidad y conversación, siempre se ríe y dice -¡Ay seño!- . A mí me conmueve la actitud con la que se conduce. Es risueño y agradecido.
Cuenta que poco a poco fue integrando una cartera interesante de clientes en las bodegas. Los dichosos señores aprovechan el rato para fumar o leer la prensa, como hacían los caballeros de antaño cuando derrochar tiempo era un lujo cotidiano.
Ya hicimos negocio, don Juan y yo. Todos los jueves le traigo zapatos de hombre. De Alex o de mis hijos, aunque ya no les queden o estén limpios. Eso es lo de menos. Lo importante es generar trabajo, poner a buen uso la cajita de don Juan, y de paso entablar una conversación pequeña que nos haga reír a ambos un poco.