Sin voces, sin manos
sin luz ni movimiento.
Sin promesa, sin calor
sin evento ni primicia.
Sin nada que sostenga,
que ampare
La noche es exilio.
Categoría: Poesía (un intento)
Puras palabras
Tras una vida de incesante intento
después de días y noches
y meses
y años, tantos años
de escribir
en silencio, en tinieblas
en medio de todos los fuegos
de escribir y escribir
para aprender a escribir
después de tanta jornada
en tinta o pantalla
de mis heridas manan puras palabras.
Mi mente sin voz
es una llaga
por siempre abierta
por siempre húmeda
Mi sangre,
un violento afluente de lenguaje
en busca de respuestas.
Las quimeras que encienden
las mejores luces
también guardan abecedarios
en la incandescencia
de su entraña
se gestan los versos esperanzados.
Ojalá el espejo
Ojalá guardara las versiones antiguas, lo que fuimos, la mirada plena de curiosidad, esperanzas en multiplicación constante, el terso hábito de soñar. Ojalá del pasado, el espejo reflejara el fundamento, aquello que otorgaba juventud genuina, el conjuro de las bellezas profundas. Ojalá contuviera esencias, un rostro acostumbrado a sonreír, el relieve de los labios húmedos por el hábito del beso la pupila bailarina a pulso de curiosidad. Ojalá resguardara intacto un conglomerado de facciones felices por siempre creer. En la vida, en la alegría, en el grande amor. Ojalá el espejo, en su calidad de lumbre, con el poder de la proyección, comprendiera lo que la vida fue grabando en el líquido de su superficie. Ojalá, como quien posee la sabiduría del tiempo colocara lo mejor de lo pretérito en la incertidumbre del presente. Ojalá el regalo del recuerdo aguardara por siempre imperturbable en la serenidad del espejo.
Siempre cómplices
Después de la algarabía y de la indomable búsqueda, después de la adrenalina y del voraz descubrimiento,
sobre la huella de los tan cargados años
de pruebas y regalos,
de aprendizaje y tormentos, de amor y despedidas,
cuando amainaron las inquietudes y presencias fundamentales se retiraron, cuando cambió el sentido de los días,
después de los después
y de los antes impensables cuandos,
los libros permanecen.
Cercanos, íntimos, de pie,
en la curiosidad de la retina,
en la tibieza de las manos,
en el constante pensamiento,
al anochecer, al amanecer,
en el embrión de la despoblada madrugada.
Sólidos, contundentes, magnánimos,
rotundamente sabios.
Llenos de vida.
Siempre cómplices los libros,
en el complicado afán de cumplirle a la vida.
No insinúes que el cariño
Lenta avanza la serpiente de motores
hacia el final de la tarde.
¿Qué la ha hecho
ralentizar su paso?
¿Por qué la parsimonia?
No me digas que la fiesta,
no insinúes que el cariño.
Porque este lunes de febrero
ventoso y arisco,
el amor ha llegado
demasiado frío.
La luna, solo la luna,
asoma completa.
Cósmica
La neblina se llena de noche,
se abrazan, se besan
ya no sabes dónde empieza una o dónde termina la otra.
La tarde ha sido
pura oscuridad desde las cuatro.
Alineación cósmica
le llaman.
Desde afuera, infinitivo
Contemplar la vida propia a distancia, tropezar con su ritmo desbocado ver las alcobas interiores, habitadas unas, abandonadas otras. Observar dinámicas, paralelos inevitables, reconocer sus abismos. Oír los silencios apilados en los muros del tiempo, sentir la inmensidad de su paliza. Verte completa desde afuera, frenética golpeando la ventana sin poder romperla.
Besos en los ojos
Se nos llenaron los días de distancias
de reglamentos sin posibilidad de piel.
Sobre los rostros
cenicientos
las máscaras tejieron nido permanente.
Los ojos, solo los ojos quedan desafiando al hielo,
solo los ojos tiran con brazos de llanto puentes hacia otras miradas.
Desafiando el hastío bajo la máscara, los ojos
para no perecer como los otros lugares del cuerpo
aprendieron también a besar.
Y te veo con humedad y te beso con labios de pestañas.
Fracturados
Intenté recoger tus piezas, quise rescatarte después de las fracturas y, como si quisieras enviarme un último mensaje, quedaron pequeños cristales de tu cuerpo en las yemas de mis dedos. Mi piel aún los conserva. Quería guardarte ¿sabes? quería guardarte adentro del cuerpo, en la imaginación, dentro de un pequeño cofre. Uno de esos cofres que nadie va a tomar por la sencillez que los viste. Pero has de saber que antes intenté recoger cada uno de tus pedazos con ánimo de desfracturarte. Pieza por pieza, con paciencia inusual. Tal vez con esperanza. Pasé días, meses, años creo, intentando resucitarte. Pensé, ingenua yo, que podría reconstruirte. Reconstruirnos. En los recovecos mentales no habías perdido ni brillo ni ímpetu. Tus fracturas eran tan recientes que ni ellas se habían percatado de su definitiva existencia. El pegamento, ilusa yo, sería el entusiasmo que desde un principio te había gestado. Pero bueno, no se pudo. De nuestra historia recogí cuánto pude. Me resigné cómo pude. De tu cuerpo quedan suficientes piezas para resguardar tu memoria. Y de vez en cuando, no sé, cada amanecer o de siglo en siglo, o cuando la noche sea demasiado honda y demasiado larga podré volver a ti. Tomar cada uno de tus retazos en las manos, saberlos reliquias de un tiempo que no llegó a ser. Puedo incluso colocar besos en el corazón de cada pieza rota. Llorar. Recordar que nos tuvimos, que en el alma de mis dedos quedaron pequeñas esquirlas, ver su brillo zafiro. Honrar todo tu significado, decir en voz alta quién fuiste, recordar que tuve el gozo y la osadía y el arrebato de tejerte recordar que di a luz un inmenso sueño. De las pequeñas astillas nacieron heridas. Después de todo también fuiste duelo. Poco a poco se convirtieron en cicatriz. Y ellas, mis cicatrices inmortales, hablan desde su pasado, cantan, dicen poemas. ¿La ven a ella? -rezan sus versos- hubo un tiempo de movimiento y caminos, un tiempo en el que tejía grandes sueños. Y aunque rotos, los sueños son voz. Hablan de complicidad, de música, de los caminos que no se terminaron de recorrer. Hablan de los días. Hablan de cómo era el mundo antes de que cayeran destrozados, antes de la sangre. Sí. Los sueños se rompen y te cortan y te marcan, pero jamás se olvidan. Aunque permanezcan en una eterna agonía, los sueños, no sabemos por qué, quizás por compasión, no saben cómo se ejerce el abandono.
Desde este lado
Nota los hilos de tristeza que escapan por sus ojos, reconoce que al cutis se le apagan las constelaciones.
El rictus melancólico es más elocuente que su silencio. Aquellos labios de fruta se secan, se apagan.
Aturdida, desde este lado, no sabe cómo prodigarle consuelo, cómo devolverle la belleza que nacía en su alegría, la algarabía que endulzaba su semblante. El futuro.
Desde este lado, la impotencia de no ser capaz de salvarla la destruye a ella también.
Desde este lado, solo le queda romper el espejo.