Las fundamentales certezas

En días como este el tiempo enreda sus propios hilos.

Es el último domingo de enero y nos reunimos para celebrar el cumpleaños de mi hermana. Lo hacemos en un lugar ajeno, neutral. Mi madre ya no está en condiciones para afanes domésticos, nunca ha sido lo suyo. Nos convoca en un restaurante que luce como lo hacía hace quince o diez o siete años. Quizás veinte.

Entro en el lugar y desde una distancia dibujada por sombras descubro la silueta de su silla de ruedas. Mi hermana lleva años dentro de esa silla. No recuerdo cuántos. La abrazo, responde con una sonrisa inmensa, con los dedos parados moviéndose en espasmos rítmicos, como acariciando el aire. En la punta de su lengua tiene listo el apodo con el que me bautizó hace décadas: Nico. Lo suelta como en cámara lenta, Nii…. co. Solo ella me llama así.

Mi hermana no tiene idea de cuántos años cumple. Ni de qué día de la semana es. Tampoco se entera del año que recién empieza. No tiene noción de los modos del tiempo. Olvidó la imperturbable cadencia temporal, olvidó su poder y ese desprendimiento le otorga una particular libertad. Por eso afirmo que en días como este el tiempo se enreda a sí mismo. Sus hilos no la tocan.

Explicar a mi hermana es inútil. No hay manera de dar sentido a una vida tan larga marcada por una enfermedad que no sabe morir. Es incurable, ha causado estragos innombrables, ha mordido sin caución todo tipo de facultades. La trastoca cada día, define todo lo suyo. Es impredecible y caprichosa. No es una enfermedad mortal. Por lo mismo, toda esta historia tiene una impronta de ironía. La enfermedad la privó desde la adolescencia de llevar una vida normal, sin embargo, acomodada en todos los recovecos de su organismo, pareciera que a mi hermana el tiempo se la hará aún más largo.

Hoy celebramos su cumpleaños. Verla es volver tiempo atrás, muchos años, cuando un cuadro como el de hoy era imposible de adivinar. Es escuchar a la rebelde que alguna vez fue, es recordar cómo era dueña absoluta de su propio movimiento.

Ella ignora que hoy cumple cincuenta y uno, yo ignoro en cual de todos los años recorridos decidió su inconsciente quedarse. Permanece en algún pasado. Sospecho y espero que en uno más amable.

No tiene caso encontrar sentido a este asunto. Una enfermedad, muchos daños, muchos años y ella solo risas y vastos, inmensos, desconocimientos.

En donde quiera que esté el desorden de su cronología, espero que el amor y el sentido de pertenencia, en el inventario de sus certezas fundamentales, posean un sitio sólido y recio. Espero que al sentirse celebrada, esas certezas le procuren felicidades inmensas.

Aunque mañana no recuerde nada.

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