Busco a la niña

Busco a la niña.  En estos momentos de vacío y grisura, necesito su risa de ánimo fresco, su convicción de que las maravillas existen, su sueño constante. Añoro su certeza de que volar es posible, su ilusión de girar ligera y libre para siempre. La veo escuchando música, riendo a carcajada limpia, hablando sin parar. La imagino como entonces y la extraño como nunca.
Voy quitando las capas que, como arañas que tejen hilos invencibles, los años formaron dentro. Las arranco poco a poco y brotan imágenes de los momentos que la hicieron huir hacia el interior. Con picas de desesperación golpeo los muros que el dolor y los desencuentros levantaron. Lucho contra esas paredes gigantes que tanto asustaron a la pequeña y la cubrieron de sombras y silencio.
Bajo esa tela de hilos macabros, detrás de ese muro sombrío, agazapada se oculta para que la vida no la rete de nuevo, para que no la encuentre. Procura desaparecer para que el tiempo no la golpée como antes. Ella se esconde, se protege. Y yo la necesito.
La llamo a gritos, le imploro que vuelva con su inocencia y valentía y ese sentido del humor de miel y color. Quiero de nuevo conmigo a la niña que fui. Cercana y sólida, como fue en aquellos felices años. 
Busco a esa pequeña con mi cara de antes, con mi voz de alegría, a ella que soy yo misma hace tanto y que cantaba y reía en mi interior. Nadie mejor que mi versión infantil podrá ayudarme a recordar lo bueno, a creer otra vez, a imaginar y planear y a volver a sentir. A ser de nuevo.

Antigua Irrepetible

Es eterna y hechicera, es solemne y seductora. La Antigua es irrepetible. Me llama con sus voces de leyenda y los fantasmales cascos de caballos que en otra época anduvieron su empedrado. La Antigua es la Antigua. Y aunque ahora lleva puestos en sus muros nombres citadinos como Barista y Pollo Campero, sigue hablando de caballeros de Colonia. 

Desde niña me intrigaba. Escuchaba con atención anécdotas de la época en que mis abuelos vivieron ahí. Era la tierra venerada de mi tío Roberto, y poco a poco caí en cuenta de que todos los míos tenían alguna aventura antigüeña. Durante mi niñez La Antigua empezaba en la calle del Arco que era también la calle del tío Roberto, y terminaba en la tienda de Doña María Gordillo y sus dulces de azúcar mágica. 

Era vasta y suficiente para deslumbrar mi pequeñez. 

Hubo en mi pasado alguna Semana Santa de alfombras que dejó corozo en mi olfato.  Año Nuevos celebrados en el Ramada me acompañaron en el descubirmiento que sucede entre la niñez y la adolescencia. El olor y movimiento de su aire, el pan de pasas con canela de doña Luisa, los libros antiguos apilados en las aceras para gastar mucho tiempo y poco dinero, se me quedaron dentro. 

La libertad estrenada de mi juventud me llevó a una banca del parque central, cierta tarde de octubre en la que descubrí que allí la luna baja más cuando un músico la llamó con un acordeón. Y ni la canción ni la luna ni la tarde se me borrará jamás de lo más feliz que alberga mi memoria. Tampoco el helado de carretilla que me compraron y la conversación franca sostenida mientras veíamos la Fuente de las Sirenas. 

Nada es igual cada vez que la visito. Aunque todo esté en el mismo lugar, aunque el camino sea el mismo, la siento diferente. Le cambian las sombras, la luz, los olores…las gentes. Solamente la presencia del Volcán de Agua y su constante vigía sobre los humanos que vamos y venimos en esa cuadrícula de caminos, permanece inmutable. 


Las ruinas, cada vez más añejas –como nosotros- parecen ancianas sabias. Rodeadas del color con el que los mercaderes les recuerdan el siglo que corre, no pierden su encanto de ayer. 

Los años adultos no hacen más que magnificar mi admiración por esta ciudad nuestra. Visitarla me procura una felicidad de incienso y nuégado. La capto con mi lente, con mi memoria, le escribo notas o versos, pero su espíritu de ayeres y presentes es tan intenso, que siempre dejo algo para la próxima visita. Y con menos frecuencia de la que quisiera, regreso a ella para recorrer la vida que le camina por sus calles.

Vuelvo para buscar alguna novedad que me alimente, suelo encontrarla.