TE EXTRAÑAMOS EN LA FOTO

No creo que en donde estés, podás vernos.  A veces me gusta pensar que así es, que quisieras compartir con nosotras  todo lo bueno que la vida nos ha regalado, o resolver las pruebas que también nos ha mandado. Pero eso no sería un descanso eterno. Sería un caos, tú allá arriba viendo sin poder hacer o decir,  y nosotras acá abajo, riendo o llorando, y a veces, haciéndonos de bolas. Si no te hubieras ido tan pronto,  estarías en esta foto. Al lado de mi mamá, en medio de todas tus hijas. 

 Imagino que, con todo el dolor de tu corazón, ya no tendrías pelo. Pero no te preocupés, tus bigotes seguirían ahí,  tal vez salpicados de blanco, pero coquetos y frondosos, como los recuerdo. Como buen Serra, estarías barrigón, pero siempre guapo, con los ojos moros y brillantes que heredaron algunos de tus nietos. Esta foto la tomó el mayor de ellos, Javier. Ese hijo mío que heredó desde tu zurdera y tus cejas peludas, hasta tu gusto por las letras y la pasión desaforrada por la fotografía.  

Se te extraña padre, no tenés  idea de cómo ni de cuánto…
    


WALTER Y DON FRUTAS

Hay rostros que se impactan en la mente, imágenes que nos alborotan las emociones. Hoy, mientras compraba fruta en la calle, conocí a Walter Alberto Hernández Barrera. Un adolescente, con semblante de niño pequeño, sonrisa dulce y mirada triste. Su porte frágil y su ropa raída, hablaban de hambre y carencias. No quería dinero, me pidió trabajo. Sus palabras fueron educadas y me gustó su voz. Con pesar, lamenté no poder ayudarlo con algún empleo. Con la misma educación, me agradeció y se alejó. No pude seguir comprando mis mangos. Le pedí a Don Frutas que lo llamara con un chiflido, pues no escuchó cuando yo lo llamé.

Algo en este niño licuó mis sentires. Le pregunté su nombre, su edad, “15 seño” me dijo, pero en el hilo de la conversación, descubrí que el 22 de junio cumplirá 14. También hablamos de sus habilidades. “Conozco de albañilería, de jardines, puedo lavar carros, y se leer y escribir. Llegué a 4to grado.” Mientras recitaba su curriculum, yo leía la desolación de su mirada. Como buena mamá de adolescentes no traigo mucho efectivo conmigo, mi bolsa es caja chica de planes y “por si acasos”. Le di lo poco que llevaba, “para que comás un desayuno de verdad” le dije. Menos mal Don Frutas me conoce, y me aceptó cheque. Escuché claridad en sus palabras. Conmovida y shute, como buena mujer a la que ya no le da pena preguntar, quise saber su historia. “¿Tiene tiempo Seño?” preguntó. No le pude dar trabajo, no tenía mucha plata para compartir con él, ¿cómo no iba a regalarle algo de mi tiempo? “Contame” le dije, y nos sentamos en la acera.


La historia de mi amigo petenero es larga, triste e inaudita. Imposible de plasmar en dos párrafos. Con el balance patas arriba entré a mi oficina. Y aunque me regañen por extenderme en mis relatos, necesité exorcizar el impacto de mi encuentro, para recupera un poco de equilibrio. Pero ¿Él que hará? Su rostro de niño cansado quedará incrustado en el fondo de mis eternos cuestionamientos.