Carta al Club

Amigas, las extraño mucho. Veo los libros en mi caótica cueva y siento una nube que me sube de la panza a la boca, como un antojo de llanto. Extraño nuestro espacio en Sophos, a Liz a Esperancita a Mynor. Extraño el trío de hummus, el fresquito de maracuyá con cardamomo. Muero por comer pie de pera con chocolate pero ahí, con ustedes.

Extraño la bullita que flota en el salón cuando todas hablamos al mismo tiempo y Mirna nos mira con paciente sonrisa. Y es que si de buena lectura se trata hay tanto que decir, añoro eso especialmente, hablar de libros alrededor de una mesa. La pantalla es un remedio temporal. Pero este temporal se ha hecho eterno, tanto, que duele algo muy adentro, casi en el corazón, en todas las tripas.

Me hace falta la sensación de pertenencia a una tribu en la que, finalmente, la vida me regaló mujeres con quienes tengo tanto en común.

Siento soledad literaria y es curioso, porque en realidad leer es un ritual solitario. Pero ustedes con su luz y su agudeza mental y sus corazones inmensos y su sabiduría de mujer que lee lo convierten en ceremonia, en viaje, en sublime aprendizaje.

La experiencia crece y se eleva cuando un libro se lee para compartirlo, cuando de forma casi mágica coincidimos en tanto. Y hace falta el crecimiento multiplicado que se siente en el ambiente de la librería. Sophos huele a muchos libros. Hace cuánto no compartimos su aroma.

Las fotos que asoman en redes sociales, furtivas, en formato recuerdo, no hacen más que atizar la añoranza.

De verdad, qué falta hace el club en compañía física, qué falta los abrazos y los brindis, qué falta el sonido de una página dando paso a la siguiente.

Gracias por tanto. Pues bueno, ya me desahogué. Me hacen mucha falta. Les mando miles de abrazos.

En enero, ¿vamos a regresar al salón? ¿Será que ya podremos? ¿Será? ¿Qué dicen? Mascarillas y distanciamiento y todo de todo. Pruebas de Covid, incluso. ¿Qué piensan?

OTRA VEZ EN SOPHOS

Fue en Sophos, ese paraíso que seduce por sus ciudades de libros y por el licuado de maracuyá y cardamomo. Buscaba un libro agotado, y salía con un descubrimiento. Detrás del mostrador, Wellington, el chico que me atendía y quien suele sugerir prodigios, preguntó datos para facturar. Di mi nombre. Un señor en la fila sonrió y me vio como quien encuentra algo perdido. Con cara de mucha letra dijo ─su nombre…─ y el resto de la frase quedó suspendida entre su boca y el aire  ─es maya─ expliqué, anticipándome unos segundos. Es mi costumbre, lo repito como grabadora en call center porque pocos lo saben y muchos preguntan.

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EL MÁS DULCE

El sábado recibí un regalo inesperado. De esos que te dan sensaciones únicas, como cuando sos niña y te regalan un buen chocolate, un Toblerone para ti solita, para citar ejemplos.

 Fue en Sophos, siempre sucede lo grande y distinto en este espacio que a tantos cobija. Salía del club de lectura «Guatemala las letras de su historia.» Pensativa dudaba si la discusión, en algún momento, había llegado a las profundidades que me hubiera gustado encontrar. De hecho salí con el ceño fruncido. En esa cavilación estaba cuando me encontré al Dr. Mario David Garcia. Le mandé saludos a su hija, quien estudió en la universidad conmigo y a quien quiero mucho. Al escuchar mi nombre completo, abrió más los ojos, y en ese momento me dio un singular Toblerone.

 «554, ¿le dice algo ese número?” puse cara de ignorante. ”Era el número de interno de su papá en el Adolfo Hall. Bin y yo fuimos más que compañeros de clase, fuimos buenos amigos.» Me habló de lo terriblemente travieso que fue mi papá, de su rebeldía feliz y su picardía llena de ocurrencias. Me contó que, mi rebelde padre, era «corneta», y le costaba tres mundos tocarla. Después de que, finalmente, lograba emitir alguna tonada con la trompetita militar, la usaba para gastar bromas a sus amigos.

 Riendo con gusto, dijo que mi papá y el rigor del uniforme no se entendieron nunca y que siempre debía castigos. Con sentimiento me contó que todos lo quisieron, que les dolió mucho su partida. (Léase muerte. A veces a la gente le da pena llamarla por su nombre.) Con más cariño del que aquí puedo escribir me dijo que lo recordaba siempre y mucho. Y así fue como este señor de noticias del siglo XX colocó en mis manos el más dulce de los regalos.

 Cuando salí de Sophos ya no pensaba en cuanto análisis faltaba a la discusión de «la Patria del Criollo». Traía conmigo asuntos más valiosos: un número que desconocía y que de ahora en adelante jamás olvidaré. La imagen de mi papá adolescente, su cabeza rapada y la corneta en su mano. La certeza de que, a pesar del mucho tiempo que ha pasado, todavía es recordado.

Un genuino trozo de felicidad, distinta a la que guardada en un libro llevo en manos cada vez que salgo de Sophos.

Estoy agradecida.

 




 

Irma Flaquer o sobre el día del periodista

 

En el año 2005, nadando una vez más en Sophos y sus libros, descubrí “Disappeared, a Journalist Silenced”, de June C. Erlyck. La obra narra la vida y desaparición de la periodista guatemalteca, Irma Flaquer. Al parecer, en la convulsionada Guatemala de los 70´s, esta periodista ejercía su profesión con especial arrojo. No sentía temor a la hora de publicar sus opiniones, investigaciones y comentarios. Su columna LO QUE OTROS CALLAN dio mucho de qué hablar.

Corrían tiempos en los que ejercer el supremo derecho a la libre expresión era un lujo suicida. Flaquer fue víctima de más de algún atentado y recibió múltiples advertencias; hasta que, en octubre del 80, desapareció para siempre.

Por supuesto lo compré. Es lo que sucede cuando una viaja al planeta Sophos. Vas con un plan de compras literarias cuidadosamente trazado, una lista de una o varias obras que te llaman y a quienes llamas. De pronto se atraviesa en tu exploración otro libro destinado a habitar tu librera. Una obra inesperada que expande un trecho más el rango de tus cuestionamientos.

 A pesar de la historia inaudita que cuenta, el libro me atrapó. Habla de una Guatemala que yo no conocía a pesar de vivir en ella. Aún era niña cuando sucedieron los hechos que Erlyck expone en el libro. Aprendí de los protagonistas de la época y sus conflictos, conocí un poco más sobre los diarios y sus editores. Supe de realidades padecidas por gente de prensa, muy distintas a la cotidianidad de mi vida de niña urbana.

En aquel 2005, me llamó la atención el hecho de que no había sido traducido. La semana pasada recibí un correo, de Sophos nuevamente, anunciando la versión en español. Me dio tanto gusto.

Escribo esta nota a propósito del día del Periodista que se celebra el 30 de noviembre. Felicito a los valientes héroes, narradores de anécdotas y militantes de la libre opinión. Sus letras forman parte del complejo tejido sobre el que yace nuestra historia. Es más, en algunas ocasiones, son la hebra misma que la urde. Irma, por ejemplo.