Baile y escritura

Bailamos como escribimos, con el interior encendido, con la piel incandescente, con canciones en la mirada.

A veces, con la humedad de algún llanto inoportuno.

Después de todo, no son tan distintos, bailar y escribir. Ambos son voces del cuerpo, formas de hablar. Ambos, búsquedas permanentes, una construcción existencial.

Los dos registros cuentan historias.

Flamenco para atizar el fuego

De acuerdo. Hay  en esta locura por el flamenco, en este ejercicio a destiempo, una pincelada de absurdo. Pero es más denso el brochazo que pinta el gozo de bailarlo. 

Aquella facilidad adolescente para memorizar pasos, la coquetería que brotaba de un cuerpo recién evolucionado,  mi joven y despreocupada energía, son todas hoy piezas de museo. Pero insisto.

Es la vida y su forma de azotar la que empuja a que lo intentemos de nuevo. Volvemos porque buscamos cuerpo adentro aquel fueguito atizado por la juventud. Y es que el flamenco es un frasco que resguarda diversas fragancias. Es disciplina, reto, pasión, movimiento, complicidad…es un nudo de buenos recuerdos, fueguito incluido.

Aunque el paso se dificulte y la pericia se afloje, la sensación de estar plenamente viva durante trozos de tiempo medidos en compases, vale cualquier atisbo de absurdo. 

Bailar flamenco es un ejercicio que aporta sal, pimienta y un no sé qué a esta escurridiza existencia. Hoy que se celebra el Día Internacional del Flamenco, hoy que estoy aquí viendo cómo se termina otra semana, escuchando música y  el viento de noviembre, agradezco al desparpajo atrevido de mi edad por  permitirle todavía al cuerpo girar y zapatear, aunque ya no se asome vestigio alguno  de aquellos movimientos de antaño. Olé y olé.

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En tu día

En tu día, flamenco mío, agradezco lo que me has regalado. La emoción de niña pequeña en mi primera experiencia de tacones y clavel. El inolvidable Porompompero que puso palmas a mis siete años  y para siempre quedaron como reliquias del único día que mi padre me vio en un escenario.  
La disciplina que sembraste en medio de mi torbellino adolescente, tu sonido inolvidable. El júbilo que siento cuando te bailo, las tristezas que te tragas entre acordes y compases. Tu capacidad de subir mi ánimo, mis manos, mi desasosiego.
 
Me has dado lecciones de humildad en  giros y zapateados, cuando, presa de asombro, descubro que la destreza  también se corroe con el paso de los años, que mis pies no responden como antes, que mi agudeza ya no es la que fue en el siglo pasado. Pero el amor a tu canción de duende es más poderoso. Y obra milagros. 
 
Agradezco a la tenaz maestra que cruzaste en mi camino hace tantísimo tiempo y atesoro el reencuentro que celebramos en tu honor. Tan jóvenes éramos entonces, tan enamoradas del baile continuamos. Me has dado amigos, guitarra, cante y retos
Vives en mi cuerpo y en mi tiempoEn tu día Flamenco nuestro, te honro y por supuesto…te bailo.