En aquella última luz del día fui una niñita inmersa en pánico y dolor descomunales.
Me quedaron enormes, aún me quedan grandes.
Algo o alguien en mi interior —yo misma, sin duda— corría en dirección contraria, trataba de alejarme de la pérdida monumental, de su muerte. Entre más trataba de huir de la verdad, más me enredaba en sus espinas.
Ni todos los años que la vida tendió entre aquel momento y este, ni los pocos recuerdos hermosos que guardo, me enseñaron a soltarme de la asfixia.
Muchas noches y algunos días vuelvo a ser la misma niña, una pequeña atemorizada, vencida por el gran dolor.
