Contundencia

Te soñaba. Habitabas sueños frecuentes, vívidos, multicolor. Rozaban esas noches cierta felicidad. Pero no eras tú. Soñaba con una versión tuya que el inconsciente tejió. Eras un invento onírico para recrear la historia. Una osadía.

Sin embargo, a paso de noches largas y de fantasías tejidas con el humo de una esperanza desvanecida, la caverna del cerebro que fabrica los sueños perdió el brío. Claudicó. Abrió los ojos. Con aplomo, se hizo dueña de la verdad.

Aceptó que no hay ilusión superior a la contundencia de la realidad y, con sutileza, nos enseñó de una vez por todas a despertar.