Cada 21 de mayo vuelvo y volveré, padre, a sentir aquel aire salado a verlo empujar la tarde, violento para convertirla en noche demasiado pronto. Vuelvo y volveré, padre, a escuchar cómo agoniza el motor a mirar cómo se ahoga la luz sin poder salvarla con mis manos de niña de niña asustada justo antes de ser arrastrada como tú, padre, por los secretos de la marea. Vuelvo y volveré, padre, a la misma, dolorosa, certeza fue ese aire marino quien agitó con el poder de todos sus siglos por última vez, padre, la sonaja joven de tu corazón. Vuelvo y volveré, padre, al ocaso de un domingo hermoso cuando aquel océano, que tanto amamos nos envolvió con la furia de su naturaleza bravía quién sabe, padre, qué ira desatada, viajaba ese atardecer oscuro en sus corrientes acaso tú la sentiste y por eso, padre, te rendiste bajo sus tentáculos de espuma. Vuelvo y volveré, padre, al peso de esa noche, caverna también ella con un manto de plomo y pena cubrió lo que, en aquella playa, desolada quedaba de esperanza. Vuelvo y volveré, padre al sonido de aquella voz cada palabra, una estampida Están Muertos, dijo el hombre con sombrero viajaba en un lanchón verde largo como la espera. Sí, padre, era de noche y llevaba sombrero Están Muertos, dijo. Aún lo dice. Vuelve y volverá a decirlo cada 21 de mayo el hombre del sombrero ¿Lo escuchas, padre?
