Pones en duda la calidad de mis recuerdos.
Cuestionas la secuencia de escenas, exactas, que de aquella tarde oscura guardo en alguna porción de mi sólida masa encefálica.
Dices que los años difuminan los hechos reales, que insertan en sus vacíos imágenes nacidas en el seno de mis atormentadas emociones.
Sugieres que a lo mejor no fue tan largo, tan profundo, tan oscuro.
Sonríes condescendiente y luego sueltas a mi rostro, con movimiento de látigo, una cadena de razones con profesionalismo psicológico para explicar el omnipresente dolor, para argumentar su inconveniencia, para asegurar que no sirve de nada, el único argumento en el que te doy la razón.
Peligrosamente, fríamente, con arrogancia, colocas en tela de juicio la verdad que desde niña me acompaña.
Cómo te atreves…