La vida me trajo de regreso una historia. Habita en uno de mis libros duendes, y como si supiera que ahora mismo se me hace necesario volver al ancla de una lectura pasada, vuelve a regalármela como el mejor milagro.
Tenía treinta años, dos hijos pequeños y una vaga idea de cómo funciona la vida, la primera vez que lo leí. El siglo veinte se despedía con alaraca y presagios de fatalidad cibernética. No hubo tal desastre, pero si otros más tristes.
Puedo ver a esa mujer que fui cuando lo leí. ¡Cómo lo abrazaba después de leer algo hermoso! Me hizo feliz su trama de guerra y amores. Reí y lloré y suspiré. Los personajes fueron mis amigos secretos. Así soy de demente. Y quince años después no me avergüenza escribirlo.
La segunda vez acudí a mi novela duende en búsqueda de consuelo. Corrían malos tiempos. Y en ella me cobijé con entrega, segura de que me protegería. Al salir de mi cueva los tiempos prometían ser mejores. Así de grande resulta.
Y vuelve. No la busqué, regresó de la mano de la vida y hoy nada puede darme tanta alegría.