Tremendo alboroto puede provocarse en nuestro universo de estrógeno. Por distintos frentes.
Alterarás el plácido ritmo de una mujer si se te ocurre hablar de su peso. Aunque tus intensiones sean las mejores, nada bueno hay en la idea de sugerir alguna dieta. Es peligroso. Se transforma. Si es extrema te quita el habla, al menos por un tiempo. Si maneja alguna lista negra, adivina que nuevo nombre la encabezará. Si el peso sobra, no lo menciones, en aras de la paz mundial.
Hay algunas que no pueden conversar sobre su edad. Así es. Otra idea poco brillante es preguntarle cuando nació. Ni entres ahí. Ningún camino te pone en bien cuando penetras esa jungla psicológica e inexplicable de las mujeres y su cronología.
Y estamos las peores. Las irracionales. Las apasionadas. Las ofendidas durante días. Las que no sabemos aceptar negativas. Intensas cuando está en juego nuestra alma culinaria.
Así va este asunto: no rechaces jamás algo que te hayamos cocinado. ¡Jamás! Ningún argumento vale. «No tengo hambre», «estoy a dieta» o «me duele el estómago»(?!?!?) nada de eso. Ni lo intentes. No te creemos, esta pasión es personal. O te comes lo que he preparado – a veces inventado- para ti, o arderán muchas Romas.
Sí, somos las peores. ¿Cómo dices? ¿no aceptas lo que te cociné? «Fine then» has firmado una sentencia. Rompiste mi corazón.