NUEVO AÑO, NUEVOS LIBROS (o los mismos…)

Es una fábula deliciosa sumergirse en la lectura. Escaparse. Perder nociones de tiempo y espacio, a veces hasta de identidad. No hay mejor terapia. Así empecé y me despedí del 2013. Así empiezo el 2014.  Desde que tengo memoria la lectura abre y cierra mis años. En medio de tempestades y fiestas, siempre me acompaña la solidez de los textos. Libros que me quitan la razón, también la desolación. Salvadores, maravillosos, mágicos libros. Los amantes más amorosos que existen.


Mi deseo para el 2014, es que se enreden con lecturas que los asombren. Que viajen, se enamoren, conozcan tiempos y lugares espectaculares. Que al terminar de saborear el idilio de un buen libro, se sepan más felices. Si, deseo a todos que vivan la aventura de leer. También que escriban, por supuesto. Son como comer queso y beber vino. Van de la mano.

UN LIBRO

Durante varias semanas, Alex regresó a deshoras de la noche a la casa. Venía de realizar algo grande, algo que le envidio, con esa envidia benevolente que se siente por no tener a alguien, para hacer lo que él estaba realizando. Alex visitaba a Federico, su padre y mi suegro. Llegaba a su casa cuando se iba la tarde, y juntos, en el estudio de Fede se sentaban a trabajar.  Su papá dictaba.

Alex, como si escribiera la historia secreta de la humanidad, con dedos poseídos por entusiasmo febril, escribía en su computadora. Federico dictaba manuscritos prodigiosos que a lo largo de muchas lunas ha ido produciendo. Textos que narran, con melodía y sentimiento, episodios de su vida. Alegrías, tristezas, descubrimientos. Lugares, colores, sabores de un antaño que se fue para no volver, pero que quedaron dentro suyo.  Y como por arte de magia, él invocó y los trajo con pluma y talento a nuestro presente.

Todo empezó cuando durante un almuerzo, reté a mi suegro a participar en el concurso literario que patrocina BAM. Vivo sumergida en el tema de las letras, me entero de todo lo bueno, y a veces de lo malo, que sucede en este mundo tan especial.

El primer compendio de anécdotas que escribió este suegro que la vida tuvo a bien regalarme, lo leí de un sorbo exquisito hace más de diez años. En ese momento le pedí que no dejara de hacerlo. Qué por favor, siguiera escribiendo. En aquel tiempo, tuve una feliz certeza: Federico había nacido para contar. Para hacer suyas las letras y casarlas con sus vivencias. De ese matrimonio nacieron cuentos y disparates (no soy yo quien lo dice, es él quien los tilda de disparates) estupendos. Vivos, con una magistral dosis de imágenes y con todo el corazón que solo alguien que ha vivido lo que narra, puede dejar. Porque deja el corazón, de eso no cabe duda.

Pero de Federico ya escribí en el epílogo. Porque hubo prólogo, dedicatoria, muchos capítulos llenos de historias, y epílogo. Sí, hubo libro. Un maravilloso y emotivo texto que nació en la imaginación de mi marido. En esta nota le toca a Alex. Esta genial iniciativa surgió de las manos y el empeño testarudo con el que ese esposo mío se conduce por la vida. Lo hizo como cada uno de sus proyectos: con todo lo que lleva adentro y si es necesario, con aquello que va encontrando afuera.  Perfección, ese es su lema favorito. Y aunque en nuestra condición de humanos mortales es una joya escasa, fue la bandera que lo condujo durante la elaboración de este tesoro.

Cada palabra, cada frase, cada detalle pasaron por su lupa y su tamiz. Cada título pensado durante horas, las secciones, todo de todo fue elaborado con el más disciplinado de los escrutinios. Asombrada y feliz por él, veía como mi arquitecto editorial, diseñó y levanto los muros de este colosal templo familiar. Lo adornó con fotografías, lo vistió de emoción. Porque el libro “Sal y Tomillo de mis años mozos” es una reverencia, un himno de agradecimiento, un canto a la vida. Y lo hizo Alex. Poseído por la más feliz sobre carga de amor, gratitud y admiración por su padre.   ¿Cómo no voy a envidiarlo? Más importante aún, ¿Cómo no voy amarlo? ¿Cómo no admirar esta su aventura tan noble?

Es un lujo ver los ojos de Alejandro cuando se refiere a esta sorpresa que le regaló a su papá. Crecen, se iluminan, su mirada revive, rejuvenece. Es un éxtasis para él este logro maravilloso. Lo ovaciono, me contagio de su sentimiento, lo vivo con alegría. Su afán ha sido catarsis, él no se da cuenta como lo hago yo, porque está dentro de sí mismo. En cambio, agradecida con la vida por el milagro que fue gestándose en el ánimo abatido de mi esposo, tuve la dicha de observar la metamorfosis que el delicioso proceso de escribir las historias de su padre, provocó en él.

Federico tiene textos y vida, mucho de ambos, “Sal y Tomillo” es solo el principio. A su vez, su hijo tiene la fuerte intención y la más absoluta de las convicciones de que este proyecto debe seguirse.  

Todavía hay tanto que trasladar del bloc amarillo a la computadora. Mucho, ¡Bendito sea! habrá para leer. Días, semanas, meses sumergiéndonos en el placer de esta lectura, familiar y espectacular. Y, aunque soy advenediza, me atrevo a afirmar también que estos relatos iluminantes, son de todos. Madre de los nietos de mi autor con cabello blanco, me incluyo. Abusiva yo.