El cúmulo de experiencia conduce a depuradas expectativas. Y estas, sin remedio, desembocan en las fauces del desencanto.
Desencanto en la lectura y la conversación, en el trabajo y las relaciones, en el amor.
Por causa del continúo experimento, de mucho observar y demasiado comparar, la vida misma peligra. Puede con suma facilidad convertirse en un ejercicio de perpetuo desencanto.
Resulta adecuado, quizás, rescatar las ingenuidades propias de la juventud, de la infancia. Robustecer el asombro, volver a creer.
Precisa reconstruir las posibilidades derruidas en un intento por volver a los cauces de la fascinación.