Un par de copas de vino, de buen vino, un par, no más, encienden la voz a mi corazón, fíjate.
Canta el corazón sus amores hondos. El peso del silencio se rebela bajo el blando embrujo de un poco de vino.
Y ahí va, el muy ingenuo, prodigando amor a quien poco le importa, a quien no lo pide, a quien lo ha olvidado.
Besa con lujo de urgencia, con la miel de sus muchos años. Besa en generoso arrebato. Besa y abraza a sabiendas.
Dar amor, sabe el corazón a estas alturas, es una intrépida búsqueda de auto amor. Es darlo para darse.
Un acto que se aprende bien en las longitudes de la vida, al amparo de la ligereza del elixir, con las desconfianzas dormidas.
Se da completo con la certidumbre de que esperar reciprocidad no es el propósito. No es el caso. Se da sin alterar su inmortal soledad.
Sale de su encierro. Entrega palabras amorosas, besos, caricias. Da todo aunque el alma, sin remedio, vuelva a llorar.