Perdemos en los fuegos del miedo ideas y palabras. Antes de florecer, nuevas posibilidades de pensamiento sucumben en las llamas del temido juicio.
Aprendemos de los enseñantes el hábito del no cuestionamiento. Este engendra el de la no opinión. Ni hablar entonces de ejercitar la indispensable destreza de evolucionar.
En cánones geométricos la desobediencia se fusiona con peligros y tragedias. Escudriñar preceptos cuando hacen ruido en el pensamiento o provocan desasosiego en los rincones del alma, no es elegante, nos dicen. Es temerario, advierten.
El buen camino es un silencio autómata y constante. Le llaman la virtud de la discreción sin darse cuenta de que esa carencia de movimiento construye ignorancia crónica. Peor aun, indiferencia.
La verdadera discreción es otra. Es proteger al prójimo del veneno del chisme. Es cultivar la confianza, guardar penas y dolores. De nuevo, es cuestionar, cuestionar profundamente la difamación.
Ve a ver quién lo explica. Es una simple y sólida diferencia pero ¿qué creen? ya me mandaron a callar.