Bailamos como escribimos, con el interior encendido, con la piel incandescente, con canciones en la mirada.
A veces, con la humedad de algún llanto inoportuno.
Después de todo, no son tan distintos, bailar y escribir. Ambos son voces del cuerpo, formas de hablar. Ambos, búsquedas permanentes, una construcción existencial.
Los dos registros cuentan historias.
