Subversión

Es tan subversivo el lenguaje amoroso de los que no son amorosos.

Pensarán que somos clarividentes, que sabemos encontrar sílabas en sus silencios. Que su terrorista forma de no mirar llega dulce.

¿Qué pensarán, pienso? ¿Que nosotros, los frágiles mortales que vamos soñando los Te Amo como quien sueña con la luna o con el agua, sobrevivimos en Ciudad Desamor?

Jamás notarán que sus palabras no pronunciadas son metralla, que fallecemos bajo el estallido de su granada sin mirada.

No saben de la ternura que nosotros conocemos como oxígeno.

Y no hay maldad en sus modos, claro que no. Son apenas modos desarraigados. Otra forma de ser.

Así explican ellos su acercamiento al amor, uno distinto y distante. Así perciben lo que nosotros vemos como subversión.

Así tejen ellos su versión.

Dos registros para una trampa

Cuando mi vuelo queda bajo, busco a Mastretta y a Edel Juárez. Poseen el poder mágico de la palabra precisa, cada quien desde su registro. Con lo suyo, se sueña y se siente y se ríe. Son bálsamo poético, distracción para lo innombrable.

Ellos no saben siquiera que existo.

Yo no completo la existencia sin ellos, sobre todo en la trampa de un sábado fallido.

Noción antes durmiente

He tirado la misma toalla muchas veces. Quedo empapada de falsas razones, muerta de frío, desnuda y triste.

Pero hoy me ha iluminado un misterio indescifrable, una noción antes durmiente.

No es cuestión de tirarla, es cuestión de secarme distinto. De arroparme yo misma, de no morir de frío en aguas ajenas.

Desde este lado

Nota los hilos de tristeza que escapan por sus ojos, reconoce que al cutis se le apagan las constelaciones.

El rictus melancólico es más elocuente que su silencio. Aquellos labios de fruta se secan, se apagan.

Aturdida, desde este lado, no sabe cómo prodigarle consuelo, cómo devolverle la belleza que nacía en su alegría, la algarabía que endulzaba su semblante. El futuro.

Desde este lado, la impotencia de no ser capaz de salvarla la destruye a ella también.

Desde este lado, solo le queda romper el espejo.

Baile y escritura

Bailamos como escribimos, con el interior encendido, con la piel incandescente, con canciones en la mirada.

A veces, con la humedad de algún llanto inoportuno.

Después de todo, no son tan distintos, bailar y escribir. Ambos son voces del cuerpo, formas de hablar. Ambos, búsquedas permanentes, una construcción existencial.

Los dos registros cuentan historias.

Llega Soledad

La soledad es versátil. Llega en los sollozos de una canción, se inflama en el tráfico, observa desde un cielo obscenamente gris.

Se sienta en la silla-isla de un centro de vacunación, aguarda en una aguja. Reposa en un escuadrón de miradas heladas.

La soledad es el zumbido de un viernes por la noche, es el oído rebelándose al silencio.

La soledad es la ausencia de tu voz.

Habita la inevitable asimetría humana. Y gobierna. La soledad gobierna todo.

Ni intentar romperla, es tarde para eso.

Gris

Flota una criatura gris sobre la ciudad. No. No flota. Acecha. Tiene garras y colmillos y un estómago devorador. Tritura sin miramiento la esperanza, la mastica hasta hacer con ella pequeñas derrotas.

Son grises también, las derrotas.

Y la criatura gris que cubre a la ciudad de amenazas se desploma líquida sobre las calles. Cae sobre la vida completa con todo el peso de su afrenta. Llega rotunda, como premonición.

Moja cabezas y sueños y voluntades.

Me empapa la distancia y los silencios. Me convierte en un ser de pequeños afanes, gris y derrotado.

No puedo ver hacia el cielo, una criatura gris lo ha escondido. Tiene colmillos y tiene garras. Observa mi piel, ¿lo ves? Nota lo qué en ella ha rasgado.

La criatura devoró la esperanza urbana con el poderío de su cuerpo gris.

La mía también.