A los ojos

Ver a los ojos a quien te atiende,
a quien te saluda.

Ver los ojos de quien pide tu ayuda.
Leer su aflicción, sostenerla. No importa la brevedad del momento, lo sentirá.

Sonreír aunque la mascarilla proponga una adivinanza. Sonreír también con la mirada.

Tan fácil,
tan poderoso,
tan necesario.

Leímos poemas

Anoche hablamos de literatura. Caminamos la vida con poesía en las manos, perforamos el dolor desde el hábito lector. También desde el amor.

Vimos rostros en el oficio de escribir. Hablamos de cómo salen las palabras del cuerpo en busca de respuestas.

Anoche leímos poemas.

Nace un poema

Al caer la tarde se reúnen. Acuden al bálsamo de la amistad en busca de cobijo.

Unidas por su historia, hablando un lenguaje que han hecho propio por tanto gastarlo en la construcción de posibles respuestas, brindan como solo ellas saben brindar.

Celebran la vida y celebran la pena acompasadas por sus voces y sus copas. Con arrojo y con risas, con la justa dosis de lágrimas, con la dignidad que otorga la experiencia, resueltas a seguir adelante, con inmenso amor.

En un ocaso como esos nació este poema.

“La noche, vestida de sombras, de silencios y cansancio, nos trae a este sitio, sedientas de comprensión.”

De lamer heridas

Y también soy mujer de caídas. Sé cómo se sienten, en la carne y en el ánima,

los cristales del tropiezo.

Conozco el sabor de mi sangre,
de lamer heridas aprendo.

He padecido y aún estoy aquí, aún lo escribo.

De la fragilidad soy caminante, como tú,
como ella, como él.

Y aún estoy, aún lo escribo. Aún. Como tú.

El peso en tus ojos

Veo el peso de la tristeza en tus ojos, escucho lo que estás sintiendo. Para evaporar ese dolor tuyo desearía ser algo más que una simple mujer. Si tan solo pudiera.

Sería un sol para calentar el frío que te ha azotado, para iluminar la oscuridad que te agobia, para regalarte el gozo de un amanecer nuevo.

Sería una esponja que con suave cariño absorbería tu llanto triste. Enjugaría cada lágrima, despacito, con una caricia. Con roces de miel te diría que todo va estar bien, que el amor te rodea y el amor salva.

Sería un canasto de eternas profundidades para que deposites en mí la carga de tu pena. La ocultaría en un abismo lejano para que a paso de tiempo muera bajo el yugo del olvido.

Quisiera ser el diccionario más poderoso de la historia. Usaría mi voz para hablarte palabras mágicas, frases con el poder de tranquilizar tu ánimo abatido, sentencias capaces de extinguir tu angustia.

Sin embargo, solo soy humana, una amiga que te quiere. Te ofrezco mis manos para estrechar las tuyas. Te doy mi sonrisa. Te amarro en un abrazo largo que dure lo que tu necesidad de sostén pida, que te dé calor hasta que dejes de temblar.

Te entrego mi solidaridad absoluta, el silencio de mi discreción, la atención innegociable de mis oídos, la claridad de mi mirada.

Te ofrezco mi tiempo, mi alma, mi cariño, mi presencia. Mi mejor intención.

Sé que no resuelvo tu tristeza, ni derroto tus penas. Pero puedo acompañarte, levantarte cuando desfallezcas, ocupar los espacios abiertos por la tiranía de la soledad. Estar contigo.