Lluvia y números y sed de arte. Ayer, hoy y siempre.

Un blog de Nicté Serra
Lluvia y números y sed de arte. Ayer, hoy y siempre.
Rozar una felicidad particular y salvaje,
acariciarla en ciertas lecturas,
en conversaciones irrepetibles.
¿Cómo no amar las palabras?
Si la felicidad es un fuego breve proclive a la escasez.
En noches como esta
en noches de aire
y grillos que lloran
resbalan palabras
por las rutas húmedas
de mi cuerpo
se deslizan confundidas
como gotas sobre un cristal.
Ansían puertas, umbrales
para llegar al sitio soñado
salen encendidas
las palabras
escapan
por las palmas de mis manos.
Inventar de la nada formas de estar cerca.
Contra todo pronóstico, contra cualquier tipo de distancia, haciendo triquiñuelas al protocolo.
Trucos para sentirnos.
Tengo amigas de 92 años, amigas de 76, también de 60. Tengo amigas de treinta y tantos años.
Tengo amigas habitantes de mi década, amigas de mi exacta edad.
No son muchas mis amigas, sin embargo son tanto, algunas de ellas, casi hermanas. Y esa certidumbre es un pilar.
Nos unen pasiones, intereses, causas y locuras. Compartimos historias y secretos, temores y lazos irrompibles, lágrimas y dolor, risas y placer. Música o silencio.
Lo nuestro no responde a órdenes cronológicos, es complicidad atemporal. La sororidad que rige a la conexión femenina no sabe medir tiempos.
Lo nuestro nace en raíces milenarias.
Lo nuestro rompe con todo.
Somos afortunadas.
Escribir es soltar ideas, es dejar que salgan las palabras como pájaros a buscar caminos o praderas o ríos.
Es saberlas emancipadas, dejarlas ir, sin juicio, celebrando las libertades que defendemos a diario.
Siento que no me alcanza
el corazón para tanto
Hemos caminado mucho
mi corazón y yo.
Hemos visto y escuchado
nos hemos quebrado
bajo el paso
sinuoso de la vida.
Por eso
Siento que no me alcanza
el corazón para tanto.
Pero luego él mismo
se hace sentir
se mueve
canta llora
se enciende, celebra
un peculiar resurgimiento.
Y baila. Mi corazón baila.
Fuimos dos niñas siempre inquietas, una corriendo detrás de la otra. Yo la seguía. Ella siempre corría más rápido, nadaba como delfín, era hábil como pocas para los deportes y asombrosamente hábil para hacer reír. Cursábamos los primeros años de primaria. Cuando la invitaba a casa, jugábamos de salón de belleza haciendo triquiñuelas en la cabeza de mi hermana, correteábamos a mi perra, jugábamos en el jardín lo que se nos ocurriera. En el colegio eran los yax, o la liga o el temible matado.
Celebrábamos juntas y felices el movimiento de las niñas que van descubriendo mundo.
Cuando regresé a clases después del accidente, en segundo grado, Aura estaba esperándome en la puerta del aula. No recuerdo qué dijo, recuerdo su abracito de niña. Recuerdo cómo tomó mi bolsón y mi lonchera y los colocó en el clóset. Recuerdo que no se separaba de mi lado. Fue su manera de solidarizarse. Su manera de decirme aquí estoy, amiga.
La vida se la llevó primero a otro colegio y después a otro país. Pero Aura fue mi sis durante los primeros trascendentales años de primaria. Luego la misma vida y su conectividad moderna nos colocaron de nuevo cerca. Y fue cómo si hubiera pasado solo una semana.
Viajé a un lugar no tan cerca de su casa en San Diego y llegó a reunirse conmigo. Vino a visitar Guatemala y volvimos a reunirnos.
Somos una reunión en proceso, un hilo conductor, una conversación digital, un cariño genuino desde el principio.
Aura desde su muelle hizo micos y pericos para adquirir mi pequeño libro. Y la amista volvió a conspirar. Porque, otro amigo entrañable, hizo todo lo necesario para que el libro llegara a manos de mi amiga. Fue una feliz secuencia. Una señal de que ni el tiempo ni la distancia rompen un cariño verdadero.
Las otras alegrías, quedarte con ellas o permanecer en ellas.
Grabar dentro de su imagen lo que fuiste cuando sucedieron, lo que sentiste mientras duraron.
Crearles una rúbrica a donde volver, convertirlas en asidero.
A las otras alegrías, aunque hoy sean solo el recuerdo de coincidencias inesperadas y silenciosa certidumbre, construirles un íntimo altar.
Algo así.
#enpocaspalabras
El cuaderno de los poemas felices, mi viejo pergamino de tiempos salvajes, guarda en su cuerpo el recuento de una juventud que hoy parece historia de otra vida. Hilvana un tiempo de intensa inquietud. Leerlo es como navegar misterios. Es viajar a otras eras o a extraños planetas. El tiempo y la cadencia de los sucesos se sienten ajenos. Incluso el paisaje parece lejano.
Tanta vida se ha gastado desde entonces. Tanta piel ha migrado.
Más allá de la sensación de aparente distancia, subyace una inmensa verdad.
Alguna vez existieron jóvenes con hambre de mundo y de vida, con un apetito jovial y voraz. De aquellas chicas y chicos quedan retazos de memoria, tatuajes invisibles, imágenes sepia, la complicidad del silencio. Secretos discretos. Música interior. Miles de palabras, algunas escritas. Y a veces prodigios, regalos del pasado aún con sangre y corazón.
Porque, como si de un conjuro se tratara, emergen iluminados y completos desde historias sólidas en recuerdos.
Y no llegan en vano. Reviven y sacuden un presente que se quiebra. Ponen orden en cúmulos de años cansados. Dejan un toque de esperanza. A su paso, queda el gran umbral abierto de nuevo.
Al final del día, el cuaderno es un poderoso símbolo, una reliquia conservada a buen resguardo. Cuando el tiempo así lo dicte, por el andar de la pena o por el desasosiego, sus páginas cobrarán de nuevo carácter de talismán.
Y ahí estará la joven, intacta, aguardando a ser invocada para volver con la lumbre de su historia a iluminar los días ocaso.
Y volverán también los demás, como fantasmas, con sus cuerpos jóvenes y sus sueños aún de pie. Volverán en el recuerdo, gracias al viejo cuaderno.