Si mi batidora hablara, daría cuenta detallada de mis dilemas sentimentales. Es en la cocina donde los dejo rodar. En ese ruedo en el que practico el hábito de la soledad culinaria, acompañada siempre de música, puedo dar rienda suelta y tendida al ánimo.
Desahogo lo bueno y lo malo, hilvano sueños nuevos y desato sueños rotos. A veces lloro, otras bailo como chiflada. Casi siempre hablo con myself. Al fin y al cabo, nadie me ve.
Nadie excepto la batidora y compañía. La estufa, el micro, el abrelatas, todos ven. Pero ella que está en el centro de casi todas mis recetas es el muelle a quien me aferro. Es leal y sólida y discreta, por fortuna.
Y una es tan cándida que otorga personalidad a simples objetos. Ha de ser por necesidad de conexión o por tonto y excesivo encariñamiento.
Soberana y deliciosa estupidez.