Hubo un lugar mágico, un sitio de sal y sol en donde los días se tendían plácidos, como mantas sobre el césped tropical. En aquel sitio paraíso nos tumbábamos juntas, las horas y yo, para leer leyendas en el cielo. Su canción de olas, las caricias de espuma despertando la piel. Las tardes horizontales, los pies descalzos de mi gente inventando rutas en la arena, la mente perfumada por brisas marinas, mi cuerpo bañado de luz, cubierto de gotas. El cabello salvaje y salado. Noches de música con luna, niños y mujeres bailando, también las estrellas. Era tanto y era todo. Un todo inmenso, hoy historia. Quedan recuerdos sólidos guardados en imágenes y sonidos, viven las memorias en tardes moribundas, tardes mandarina, hermosas y ligeras. Mi madre en el centro de todo, como bengala y como cascada. Alguien ha de estar ahí, este día libre, en el sitio paraíso que fue nuestro, dentro de un verano que ha asomado envuelto en esplendor inusual. Otros niños bailan otras canciones en aquel rancho. Otras mujeres. Otras palabras sobre la brisa de nuevos atardeceres. Que sean felices en aquel mi lugar favorito, que sean tan felices como lo fuimos nosotros.
