Abre los ojos. Todavía reina la noche, simple y larga como tantas otras noches. Y se sabe ahí, de nuevo, solitaria en un inmenso continente envuelta en listones de suave soledad. Siente cada portal de su cuerpo abierto, como madrugada. Ella, que desolada se perdía en la tundra de sus sábanas aprendió, después de tanto y después de todo, a bien sobrevivir. Y a encontrar sus puertas. Un silencio amable cae lento desde el otro cielo. Y es terso y es nuevo, este silencio dulce, como canción. En lenta cadencia, como si bailara, sale del agua tibia de su cama. Va desnuda. Su piel es un manto de minúsculos luceros. Ella, que apenas ayer de frío aún lloraba ha encontrado llamas danzando dentro de su cuerpo una hoguera constante le gobierna el vientre. Más allá de las sombras descubre a su silueta reflejo de vapor, esperando en el otro lado de la noche. Se observan a través de la ventana. Sabe que no. No está sola. Ya no. Es una certeza rotunda, regalo del sereno una verdad que libera y la posee toda. Sus ojos ráfaga sonríen desde el cristal. Su alma habla desde el otro lado del tiempo. La noche inmensa, la noche hermosa es espejo y ella, su mejor compañía.
