Abre los ojos. Todavía reina la noche, simple y larga como tantas otras noches. Y se sabe ahí, de nuevo, solitaria en un inmenso continente envuelta en listones de suave soledad. Siente cada portal de su cuerpo abierto, como madrugada. Ella, que desolada se perdía en la tundra de sus sábanas aprendió, después de tanto y después de todo, a bien sobrevivir. Y a encontrar sus puertas. Un silencio amable cae lento desde el otro cielo. Y es terso y es nuevo, este silencio dulce, como canción. En lenta cadencia, como si bailara, sale del agua tibia de su cama. Va desnuda. Su piel es un manto de minúsculos luceros. Ella, que apenas ayer de frío aún lloraba ha encontrado llamas danzando dentro de su cuerpo una hoguera constante le gobierna el vientre. Más allá de las sombras descubre a su silueta reflejo de vapor, esperando en el otro lado de la noche. Se observan a través de la ventana. Sabe que no. No está sola. Ya no. Es una certeza rotunda, regalo del sereno una verdad que libera y la posee toda. Sus ojos ráfaga sonríen desde el cristal. Su alma habla desde el otro lado del tiempo. La noche inmensa, la noche hermosa es espejo y ella, su mejor compañía.
Mes: febrero 2021
¿Qué vida es esta?
La entrada del diario se repite, se anuncia, pregona. Llega feroz cruzando los misterios cibernéticos, rasga los velos del tiempo.
Antes era más manso el registro de la vida. Los recuentos del día y de la noche sucedían sobre la tersura del papel. Los diarios eran mansiones miniatura llenas de palabras, llenas de semanas descritas con dulce caligrafía. La puerta era un pasta hermosa, de color sobrio, con acabados finos, como pared de catedral.
Los días con sus historias dormían plácidos, no importaba si daban cuenta de pura contrariedad, ahí quedaban, discretos. Su pena o su gloria hacía ruido únicamente si se acudía a ellos.
Los diarios digitales son otra historia. Tienen la particularidad —supuestamente aleatoria— de brincar en tu pantalla sin invitación, de reconocer tu mapa facial y abrirse descarados, como quitándose la ropa. Saltan y, aunque imaginario, escuchas un grito perforador. Es como si te dijera,
mirá, lee lo que te pasó hace un año, lo que sentiste. Recordá, mujer, si tu memoria suele ser vasta. Y mírate hoy, seguís en las mismas. Escuchá cómo llorabas, pedazo de desmemoriada.
Eso en un día grosero. A veces, las menos, salta como si bailara, como si cantara, riendo te dice algo como
ahhh…. a que ya habías olvidado este trozo de alegría, si la pasamos de lo lindo ¿Te acordás? Estabas feliz, de tanto gozo brillabas casi. Que no se te olvide. Todavía puedes inventarte una buena tajada de pura felicidad.
Y no sé si me gusta mucho este fenómeno en el que mi diario me hostiga con viñetas de pasado. Tristeza o jolgorio de algo me acusa, poderoso, me hace sentir inadecuada.
Descarrila sin remedio el presente, muy a menudo me parte el corazón.
Y al caminar sus habitaciones construidas con historias largas o frases o silencios, me pregunto ¿Qué vida es esta?
Una noche, dos idiomas
Sobre las notas de un piano viajan plácidas las ideas. Se desplazan de un Balance General hacia la laguna iluminada de un libro. De una historia creada con la solidez que habita los números vuela a otra escrita con el misterio de las pasiones humanas.
Plena se desmadeja la noche, vestida de melodía sonríe en su oscuridad. Mis neuronas como luciérnagas, la imaginación, cómplice de un pentagrama que pende perenne de la luna.
Horas nocturnas como tantas otras, son de números y son de palabras.
Y en el puente que une a ambos lenguajes, una mujer baila al compás de una hermosa banda sonora, dueña de su propia leyenda.
Dicha la tuya
Si supieras, corazón
cuánto me muerde la noche
si observaras, cariño
cómo apaga la luz
pero allá, en tu luna
de fuego y fiesta
no te enteras
no hay manera, corazón.
Dicha la tuya.
Y vos ¿dónde te refugiás?
Poseo un escondite tras una aldea de baúles poblados por el caos de mil recuerdos.
Un bean bag muy viejo que tras dos horas de sostenerme cede al peso y me aplana el trasero. Una lámpara como farol, para iluminar las sombras que cubren mi esquina. Una chamarrita anciana —suelo sentir todo tipo de frío.
Un bookseat como mini beanbag para que no se duerman mis brazos mientras leo. Y una bocina Bosse desde la que Vivaldi me alegra o me entristece.
Es una esquina invisible para ocultarme mientras desmadejo libros durante horas y horas y más horas.
Sábado y domingo. Nada más. O alguna extraña noche de viernes.
Guarnecida, a veces llego a ese sitio de cálida paz que persigo leyendo. Otras, solo asoma para luego alejarse.
Siempre perforo la historia hasta hacerla mía, eso me queda.
Mi esquina de lectura es un misterio. Procura dosis interesantes de felicidad, a veces de alivio, otras de tormento.
Y, como si adivinara, también es albergue de mi desahogo.
Entro en ella sin saber cómo saldré, si con el alma bailando bachata o el rostro como regadío.
