Gatea sobre el asfalto, palpa, busca, el chico del bulevar. Su recipiente está vacío. Es transparente, como pecera, una bola de cristal con la que pide limosna. Los carros transitan despacio en esa parte del bulevar, se trata de un lento retorno en U. Y lo vemos, sí, quienes buscamos retorno, lo vemos. Verlo a gatas desbarata, acongoja. Pero no podemos detener la marcha, bajar del carro, ayudarlo. Porque el tráfico continúa, porque la vida corre, porque la inercia urbana no da tregua. Una bocina aúlla, otra, y otra, más lejana. --¿Se te cayó, mijo?-- pregunto. --Mis fichas, seño --responde. Algo le doy, menos de lo que quisiera. Coloco, en su burbuja vacía lo que la bocina y la prisa de otros permiten. Ellos, quizás no lo vieron gatear sobre tinieblas de asfalto en busca de monedas perdidas. En la U que rompe el sentido del bulevar, frontera vial de las Vista Hermosas, un chico pide limosna con música de tambor. Algunos centavos caen, como llovizna desde las ventanillas de los autos. Cada tarde en el mismo sitio, a cambio de monedas, toca tonaditas sobre un tambor gastado el chico ciego del bulevar. Y no dejo de pensar, al escuchar la tristeza de su tambor al sentir su mirada, perdida en sombras que en esta jungla de asfalto todos estamos ciegos.
